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MUERTOS DE SEDEN PLENA SELVA DE LA GRAN SABANA A UPATA Monseñor Diego Alonso Nistal necesitaba hacer una exploración de la zona de la selva donde se es– taba construyendo una pica-cami– no atravesando la selva desde El Dorado a la Gran Sabana, a fin de presentar un informe sobre este asunto al Gobierno . Por esta razón el viaje que te– níamos que hacer habría de ser por esa zona de la selva y a pie. La es– cuadrilla de Misioneros explora– dores la componíamos Mons. Nis– tal, el P. Maximino de Castrillo, un servidor (P. Félix M. ª de Ve- gamián) y tres muchachos indíge– nas de doce a quince años. GUAYARES A LA ESPALDA YEN MARCHA El sábado, 17 de febrero de 1932, con nuestros guayares a la espalda, nos despedimos, de nues– tros Hermanos Misioneros y Mi– sioneras y emprendimos el viaje de regreso de Luepa a Upata. Admirando siempre las bellezas del paisaje, pero sin nada especial que consignar, transcurrió el pri– mer día. Pasamos la noche en ple– na selva donde, a fuerza de ma– chete, abrimos un claro y colga– mos nuestros chinchorros al am– paro de una lona bien tirante para que, en caso de lluvia, nos defen– diera del agua. No estuvo mal tomada esta pro– videncia, pero fue incompleta .- A media noche cayó tal chaparrón que, a pesar del toldo, nos sirvió de baño a la fuerza. Durante el res– to del viaje no volvería a llover, ni 90 Vista parcial de San Francisco de Luepa. de día ni de noche. Y este habría de ser nuestro calvario: la falta de agua. PESIMO CAMINO La parte de la pica-camino que recorrimos en los cinco primeros días, era francamente pésima, por no decir infernal. No es fácil con– tar las caídas y golpes sufridos, debidos parte al exceso de carga que llevábamos sobre nuestras es– paldas, pues no nos atrevimos a repartir con los muchachos indí– genas, no fuera que se nos can– saran a la mitad del camino. Luego, nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado, aunque ya era tarde. Su natural ligereza y la costumbre que, desde niños tie– nen de andar cargados por los montes, les facilita estos menes– teres. Pero a nosotros, por falta de costumbre, nos rendían y nos dejaban deshechos al final de cada jornada. Daba pena ver a Mons. Nistal, con su avanzada edad, rodar por tierra con la carga a la espalda. Tanto Monseñor como el P. Maximino de Castrillo, que tan– tas veces han hecho estos viajes a pie por tierra a la Gran Sabana coinciden en afirmar que no han tenido ninguno tan duro y de tan– tas privaciones y trabajos como el que estoy relatando. LAS «DELICIAS» DEL DESIERTO. Al tercer día notó Monseñor que l~s provisiones, con ser de lo más rudimentario, eran insuficientes, con mucho, para los ocho expedi– cionarios. En consecuencia resol– vimos comenzar a racionar, con bastante estrechez, por lo que pu– diera pasar. Así y todo, el casabe se acabó al tercer día, la «fariña» (casabe en grano suelto) se termi– nó al cuarto. Como al principio teníamos mucha agua, ésta pagaba los gastos. Con unos polvitos que le daban color de leche o de cho– colate se alistaba el desayuno o la comida. Luego, como nos faltó del todo el agua, estos polvos nos duraron todo el viaje. Finalmente, traía– mos carnes saladas, que los .pri– meros días cocinábamos con arroz y ñames, pero después, en la etapa de sequía, los muchachos la asa– ban al fuego, y cada uno consu– mía su ración que siempre sabía a poco .
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