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otros sin energías y los caballos sin fuerzas. Las bellezas del paisaje eran en– cantadoras e indescriptibles: mon– tañas, valles, ríos, cascadas ... , con toda la variedad de colores y cam– biantes de tonalidades. La ranchería de Arauta-merú está situada en una loma pintores– ca, en la misma orilla del río Yu– ruani, recibiendo el nombre de una cascada que significa «salto del araguato». Bien simpáticos nos parecieron estos indios, sobre todo compara– dos con los otros, y las muestras de cariño y aprecio que nos dieron fueron bien recompensadas por Mons. Nistal. Después supimos que estos indios habían sido bau– tizados por el misionero católico de la Guayana Inglesa, P. Ignacio Cary Elwes. Los había bautizado en una Capilla próxima al Gran Primitivo Centro Misional de San Francisco de Luepa. Roroima, y ellos conservaban sus partidas de bautismo como oro en paño. La siguiente j6rnada, y es la sép– tima, fue hasta el río Mapauri.El paisaje era encantador, el hori– zonte amplísimo, los cerros de for– mas fantásticas y caprichosas, la sabana cubierta de verdor. Y en medio de aquel mundo, sonriente como la esperanza, se alzaba una maloca solitaria. Tan solitaria que no encontramos en ella más que a un gallo haciendo de centinela. Pero la plaga que tuvimos que so– portar no es para contada. Nada más amanecer ensillamos los ca– ballos y marchamos de allí como alma que lleva el diablo. LLEGADA A SANTA ELENA DEL UAIREN Aún nos quedaba otro día de viaje. Pernoctamos en el rancho de Apiyai-yupué. Aquí nos sucedió el último percance. Casi al tiempo de acostarnos al joven palmerense que nos acompañaba, le picó una «araña mona». El dolor y la fiebre le hacían delirar. El pobre hombre pasó toda la noche arrepintiéndose de haber realizado aquel viaje: «¿Quién me mandaría a mí meter– me en estos berenjenales?» Y nos– otros, entre pena y rabia, nos pa– samos toda la noche sin pegar el ojo. Y por fin, al día siguiente, lle– gamos a Santa Elena del Uairén. Es decir, a tres ranchos que hay en una loma y otros tres medio es– condidos en un recodo de la saba– na, cerca de la frontera con el Brasil. (Relato del P. Eulogio de Villarrín.) 89
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