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Ranchería Pemón de la Gran Sabana. INDIO MORDIDO POR SERPIENTE Pero la actitud de este indio ven– gativo no quedó sin castigo. Al poco rato de este suceso, dicho in– dio salió a cortar leña y una ser– piente le hincó sus envenenados dientes. Nos avisaron los otros in– dios por señas. A toda prisa fui– mos a sus ranchos y encontramos al infeliz colérico retorciéndose en su chinchorro, con el pie hinchado y arrojando sangre por la boca. Le dimos en varias tomas un frasco de bioforbina y un purgan– te de sulfato, hasta que escapó de la muerte. Pero ni por eso tuvo un detalle de agradecimiento para nosotros. Nos convencimos de que la ingratitud es una planta muy sil– vestre y nada extraño es que abun– de entre estos salvajes. Aquí permanecimos ocho días... Hasta que vimos asomar por el sur unos caballos ~ue vinieron a sa– carnos de nuestro embeleso. Eran los tres caballos que nos enviaba el P . Nicolás de Cármenes desde Santa Elena. TRAVESIA DE LA GRAN SABANA Con el aparejo a cuestas atravesando los ríos. media hora, cuando nos salió al encuentro el río Apanhuao. Pie a tierra. Los caballos lo pasan a na– do y nosotros nos disponemos a hacerlo en curiara, por cierto bien agrietada. Entra el primero Monseñor con un indio remador. Cuando están cerca de la otra orilla la curiara se voltea. El indio sale nadando como un pez, pero Monseñor, que iba con las botas de montar y el sobre– todo, se fue al fondo del río como un plomo. El susto fue mayúsculo. A duras penas, agarrándose a las raíces de un árbol, pudo salir a flote. Cuando llegó a la orilla lle– vaba buenos buches de agua en el estómago. Entre unas cosas y otras, per– dimos allí más de dos horas. Re– puestos del susto emprendimos la marcha y llegamos a pernoctar al lado de un río llamado •Tandau– ken. En la mañana remontamos el pedregoso cerro Keré-potá y cami– nando sobre una altiplanicie caí– mos en unos campos atolladizos, que tuvimos que atravesar llevando a los caballos del ronzal. MAS CAMINATAS, MAS CERROS Y MAS RIOS son una carga, y que sólo el de «San Francisco» sirve incondicio– nalmente para todas partes. Más días, más caminatas, más cerros y más ríos . .. La noche que pasamos a orillas del río Sakaika fue de las toledanas ... El rancho que a toda prisa construyeron los indios no daba cabida más que para dos, y nosotros éramos seis. La lluvia, insistente y pertinaz, duró toda la noche. Al reanudar la marcha al día si– guiente, comenzamos a gozar con el cambio de paisaje. Ello contri– buyó a aliviarnos del monótono caminar de estas interminables jor– nadas. Uno de estos días, al ama– necer, nos dimos cuenta de que cerca del río Kamá ·donde nos en– contrábamos salía una gran nube de espeso vapor de agua. Picados por la curiosidad nos acercamos y vimos, con asombro, que el río se precipitaba en un so– berbio salto de unos setenta metros de profundidad. Fantástica sorpre– sa del paisaje que guarda estas be– llezas para el caminante y que es– pera el ojo fotográfico y la fanta– sía del poeta. AGOTADOS Y SIN FUERZAS Nos dimos cuenta de que, fuera De Kamá hasta el caserío Arau- lniciamos la nueva ruta a caba- de la temporada de verano, los ca- ta-merú tardamos tres días. Todos llo. Apenas habíamos cabalgado ballos en esta zona en vez de ayuda estábamos para el arrastre: nos- 88
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