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?nmitivos indios Pemón. por lo resbaloso podríamos llamar «cerro del Jabón», llegamos a un riachuelo con un bonito nombre indígena «Tukui-parú», que en cas– tellano quiere decir «Chupa-flor», de aguas frescas y cristalinas. Fue al noveno día cuando logra– mos salir de aquellos antros de la selva y dar vista al bello paisaje de la Gran Sabana. · TEMPERANDO EN AJI Y LUEPA Llegamos al río Apanhuao, con agua de corriente impetuosa sobre piedras resbaladizas, y como no había canoa, muy en contra nues– tra, tuvimos que pasarlo a pie, su– mergiéndonos en aquel baño de agua tan fría que nos hacía dar diente con diente. Para que la corriente no nos arrastrara, los indios tendieron un mecate (soga) para que pudiéra– mos asirnos y con la otra mano apoyada en el hombro de los indios pudimos vadear el río con el agua a la cintura. Y para que el baño fuera completo, durante la trave– sía nos obsequiaron las nubes éon un espléndido chaparrón. Después de · tres horas de mar– cha llegamos al pueblo de Ají. ¿Pueblo he dicho ... ? Pues fue sólo por seguir la costumbre. Lo que allí encontramos fueron dos malo– cas de forma cónica y otro rancho completamente destartalado y en Típica maloca de los indios Pemón. todos ellos no habría una quince– na de indios. Allí montamos nuestros reales, colgamos nuestros lechos pensiles y, sin consultar a nadie, nos pro– clamamos reyes de la miseria. Despachamos dos indios emba– jadores con cartas para el P. Ni– colás de Cármenes, que estaba en Santa Elena, anunciándole nues– tra llegada y pidiéndole nos rin– diera pleitesía con el envío de dos o más caballos. Los indios nos obsequiaron con un guayare de casabe, bien recu– bierto de hojas de plátano, cual si se tratara de un tesoro. Y la reali– dad no era más que un nido de cu– carachas que habían dado tantos besos a las tortas de casabe que nadie se atrevió a probar el 9bse– quio. El remedio para el hambre era comer co_n toda parsimonia de las provisiones que llevábamos, ya que si no llegaba el remedio de Santa Elena, nos tocaría pasar verdadera hambre. EN LUEPA, INDIOS INSACIABLES El remedio para el frío nos lo proporcionaron un hacha que lle– vábamos nosotros y otras dos bien mohosas que tenían los indios. Al amanecer de cada día, armas al hombro, nos íbamos a cortar y ra– jar leña. Pero no fueron muchas las veces que pude repetir aquella hazaña, porque si <<al que no está hecho a bragas, las costuras le ha– cen llagas», díganme ustedes lo que nos harían a nosotros en las manos aquellas hachas. Monseñor Nistal, con su genio siempre activo, descubrió otra ac– tividad a · la que se dedicó estos días. Se fijó en el Capitán de la ranchería que, a través de los ro– tos del chaquetón que vestía como prenda única, tenía una gran he– rida en la espalda por donde cabía holgadamente el puño. Se dedicó, mañana y tarde, a curarle, cum– pliendo el piadoso oficio del buen Samaritano. Más al fin, aburridos de estar allí, ya que los indios nada nos en– tendían, ni nosotros a ellos, resol– vimos trasladarnos a Luepa en bus– ca de un rancho menos incómodo. El nuevo rancho-palacio de Lue– pa estaba situado a unos diez kiló– metros de Ají, en unas anchuro– sas sabanas que «el ojo no alcan– za a ver». Los indios de aquí eran tan andrajosos y miserables como los de Ají. Monseñor les hizo al– gunos regalos de ropa y machetes. Pero aquellos indios parecían in– saciables y querían todo lo que lle– vábamos. Uno de estos indios nos hizo comprender por señas de que nos iba a prender fuego al rancho para que se quemaran todos los carotas que teníamos guardados para ir repartiendo con otr9s in– dios durante el viaje. 87

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