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EXPLORACION ENEL «INFIERNO VERDE» DESDE UPATA, POR LA SIERRA DE LEMA,ALA GRAN SABANA El 15 de diciembre de 1931, salen de Upata, en dirección a la Gran Sabana, el Vicario Apostó– lico Mons. Diego Alonso Nistal, el P. Ceferino de la Aldea y el P. Eulogio de Villarrín. El día 1 de enero de 1932 embarcan en el puer– to de El Dorado para remontar el río Cuyuní. «Habíamos navegado al com– pás de los remos nada menos que ocho días, con un sol de Dios y una plaga de mil dia– blos. Llegamos a un rancho donde encontramos cuatro P. Eulogio de Villarrín . 86 Guayare a la espalda can11nando por la Gran Sabana. indios que habían bajado de la Gran Sabana a pescar ai– maras. Les invitamos a que nos acompañaran en el viaje. Su contestación rotunda fue: «Yo no yendo cuatro días». Y allí tuvimos que esperar estos cuatro días, contemplan– do aquellos cuatro primeros ejemplares de indios de la Gran Sabana. Su única indu– mentaria era el «guayuco» rojo. Usaban pendientes como las mujeres. El labio inferior les servía de alfiletero. El ros– tro lo traían pintado de ono– to, y con alguna otra sustan– cia negra habían dibujado -a manera de bigote- un pun– teado negro que les circunda– ba el rostro.» EN MARCHA POR LA SELVA Comenzamos a penetrar en esta zona de la selva llamada, con jus– ticia, el «infierno verde». Por aquella intrincada maraña y por un sendero no mayor que el de los B'a– chacos, íbamos en caravana con los indios, y detrás, con sus casi setenta años, Mons. Alonso Nistal. Varios ríos tuvimos que pasar– los montados en un árbol a la ji– neta, pero el caballo estaba quieto y el jinete era quien tenía que ca– minar. Después de dos noches pa– sadas en un continuo tiritar, y dos días de caminar casi tan fríos y os– curos como las noches, llegamos a acampar en lugar llamado La Laja. Era un lugar sumamente pinto- resco. Aquí pasamos el día lavan– do y secando la ropa. Pero lo que pensamos fuera un día de descan– so, se convirtió en cinco. A mí me atacaron las fiebres tan fuerte co– mo no recuerdo haberlas tenido en mi vida. Más de una vez creí que el alma se me despegaba y se iba por el ventanal aquel de la selva. Al quin– to día, algo mejorado, emprendi– mos la marcha, haciendo de tripas corazón y sacando fuerzas de la debilidad en que me había postra– do el paludismo. Quedé apaleado por las fiebres y crujiéndome los huesos que parecía me iba a des– armar. EL PASO TERRIBLE DE «LA ESCALERA» Y llegamos a la subida, la gran subida del precipicio llamado «La Escalera». Este precipicio ha de ser famoso por los siglos de los siglos para todos los que tuvimos la te– rrible necesidad de subir y pasar por ella. Me sería difícil describirla, pues es un artefacto fuera de todo arte, y además porque tanto el miedo que pasé, que como quien huye de la quema, apenas me detuve a mi– rarla. Lo único que recuerdo es que eran palos amarrados con bejucos que se cimbreaban como si fueran de goma y que un profundo abis– mo abría sus fauces a nuestras espaldas. Pasado este abismo de «La Es– calera» y remontando un cerro que
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