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bunda. ¡ Y de ella tenían que abastecerse, no sólo para los servicios de limpieza, sino que de ella tuvieron que beber mu– chas veces, con la molestia de tener que hervirla para evitar posibles infecciones. En su viaje a Morajuana -en la Gua– yana Inglesa-, solían traer un garrafón de agua potable que, en realidad de muy poco les servía, pues, por temor a que se acabara, se la racionaban en mínimas cantidades. Por eso, el mejor regalo que les podían hacer las Religiosas de la Guayana Inglesa cuando les visitaban, era traerles un garrafón de agua. En esta penuria estuvieron hasta que pudieron construir unos depósitos de madera para recoger el agua de lluvia que caía sobre los tejados de la casa. POCOS INDIOS Y MUCHO PALUDISMO Todas estas dificultades, y otras mu– chas que no se menciónan, no arredraron a los Misioneros, a pesar de que su salud no era nada robusta. En realidad no eran muchos los indios que habitaban en aquella zona, como para pensar en esta– blecer un nuevo pueblo. Algunos pocos vivían en ranchos mise– rables cercanos a la Misión y aun estos pocos no eran permanentes, pues emi– graban con frecuencia a otros parajes. Según los cálculos realizados en esta época por el P. Bonifacio de Olea, afir- · ma que, desde el Faro Barima hasta Morajuana en la Guayana Inglesa habría unos doscientos indios, «entre chicos y grandes». El personal criollo quedaba reducido a la familia del señor Marietti y dos más: un negro, que se dedicaba al contraban– do en la frontera con la Guayana Ingle– sa, y otro venezolano, de muy mala fama en todos los sentidos. Este vio en los Mi– sioneros unos enojosos y peligrosos ve- 78 Primer Centro Misional de San Antonio del Barima. cinos para sus fechorías y se dedicó a sembrar el temor y propalar calumnias contra ellos: que habían venido a esta zona para atrapar a los indios para lle– varles a la guerra ... Ante la versión de este indeseable, los pocos indios que ha– bía se pasaron a la vecina Guayana In– glesa. LUCHANDO HASTA DESFALLECER ¡LA PRIMERA GRAMATICA DEL WARAO! Los Misioneros, logran construir una nueva Casa-Misión y una escuela. Pero aquí se les presentaba otra enorme difi– cultad que restaba efectividad a su apos– tolado: el desconocimiento del idioma de estos indios. El P . Bonifacio de Olea, que era el que regentaba la escuela indígena, se convirtió en discípulo de los mismos in– dios para aprender su idioma. Era «maes– tro» de castellano, y «discípulo» de warao. A LA LUZ DE UNA VELA DE SEBO... El P. Bonifacio tomaba apuntes du– rante el día, anotaba palabras, frases, formas ... , en transcripción fonética . Por la noche, a la inquieta luz de una vela de sebo, comparaba, ordenaba, hacía con– jugaciones, deducía reglas y excepciones, para preguntar de nuevo al día siguiente. Este paciente y agotador trabajo dio por resultado, en poco más de un año, el ENSAYO GRAMATICAL DE LA LENGUA GUARAUNA. Trabajo que mereció los mejores elogios de los antro– pólogos más acreditados . Con tal ánimo emprendió el P. Boni– facio su obra, que llegó en ocasiones a perder la vista, viéndose en precisión de suspender la escritura para dar descanso a sus ojos con el verde sedante de la selva. ENFERMEDADES: VICTIMAS Y BAJAS. CIERRE DE LA MISION De los tres Hermanos Misioneros que estuvieron trabajando en este Centro, dos tuvieron que salir gravemente enfer– mos, y otro murió, víctima del paludis– mo. El P. Bonifacio se vio afectado por una rara enfermedad, hinchado como un monstruo y con unas fiebres altísimas que le pusieron en inminente peligro de muerte. Cuando regresó el P. Benigno, espera– ba encontrarle muerto, pero las fiebres empezaron a ceder. Consigna la crónica misional: «poco tenían que hacer las fie– bres en un cuerpo tan pequeño y tan fla– co, pero con un alma tan grande... » Ante este panorama y con perspectivas de futuro nada esperanzadoras, el Vica– rio Apostólico manda suspender todas las obras y trabajos y, con el beneplácito del Gobierno de Caracas, se dedice ce– rrar este centro y buscar otra zona para una nueva fundación. Todo lo que pudo ser aprovechable se trasladó en la lancha a la incipiente Mi– sión de San José de Amacuro. Era el 19 de diciembre de 1927. Dos años menos seis días existió S. Antonio del Barima. Padre Benigno de Fresnellino.

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