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•· ,11-'• :- a -c.-f'-: ·· • - .' ' ,• . .. -. . ' "' . ..· ...• -. ... . ; .. ~ ., .,, ' . ..:- ~ ~ ,• . , ·.,~ ..... 226 No basta, sin embargo, el amor cordial. El indio tiene derecho a exigir de nosotros amor intelectual, considera– ción amorosa y atenta de lo que como indio es. Puesto q~e tiene un espléndido pa– sado (ahí están las ruinas que lo certifican), puede exigir que nuestros arqueólogos es– tudien con dilección sus mo– numentos y que nuestros ar– quitectos sopesen las posibili– dades de actu-alidad y de fu– turo en ellos contenidos. Quien pretenda mover a un hombre hacia un porvenir, cualquiera que éste sea, tiene el deber estricto de conocer y estimar justamente su preté– rito. Otro tanto es posible decir respecto al lenguaje, a las cos– tumbres, a la religión, a las peculiaridades, raciales. Mien– tras nuestros arqueólogos, lin– güistas, etnólogos, historia– dores y antropólogos no ha– yan explorado lo mucho que en las culturas aborígenes del Nuevo Mundo queda por co– nocer, no es lícito el sosiego en la conciencia de los hispá– nicos séanlo de esta o de aquella ribera . Al cumplimiento de esta empresa intelectual le están reservadas dos metas distin– tas. Una es meramente teoré- El secreto cristiano de la vida y de la acción de los misioneros es llegar a querer a sus indios comó a verdaderos hermanos.
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