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-Padre Félix, al trasladarse a esta mi– sión Guajira-Perijá, usted reanudó la famosa campaña aérea para preparar la entrada a la tribu de los indios motilones. ¿Cuáles fueron los principales obstáculos que retrasaron la entrada de nuestros mi– sioneros en esta tribu... ? -Intervinieron en esta etapa prepara– toria factores bastante complejos, y has– ta dispares y contrarios. Puedo decir que «todavía no había llegado la hora» . «La hora de Dios». También se me puede in– terpretar esta expresión como una salida simplista y cómoda. Esta campaña, ideada, comenzada y organizada con acierto y tesón por el P. Cesáreo de Armellada, hay que ser sin– ceros y reconocer que faltó el suficiente elemento humano y los medios económi– cos que ella requería. Si la ausencia de esa colaboración, y aun la oposición de quienes deberían habernos apoyado a banderas desplegadas, no nos hizo desis– tir, fue de verdad, de verdad, porque los Misioneros todos nos habíamos entregado como leones a las exigencias de esa cam– paña. Para más datos, pueden consultar mi libro «LOS ANGELES DEL TU– KUKO». -Usted conoce y ha tratado a todas las tribus de nuestras zonas misionales. Si le dieran a escoger, ¿con cuál se quedaría... ? Explíquenos razones y motivos para esa posible elección. -¡Ay, mi carísimo Padre Pacífico! ¿Qué madre, puesta en semejante trance, se atrevería a decir a cuál de sus hijos ama más, dejando atrás a los otros? Sin negar que unas tribus puedan tener, ab– solutamente hablando, más y mejores cualidades que las otras, es muy dificil ahondar tanto. Eso sería hacer una vivi– sección en el espíritu del Misionero. To– das tienen luces y sombras, cualidades y defectos ... De mí puedo decir que, si me obligan a escoger. .. ¡ME QUEDO CON TODAS! -Padre Félix, sé que la pregunta que voy a hacerle no puede tener una contes– tación exacta, pero le ruego que haga un esfuerzo de memoria y un cálculo glo– bal. En estos largos años de su vida _mi– sionera, ¿cuántos kilómetros habrá reco– rrido por tierra, agua y aire... ? ¿Cuántos bautismos habrá administrado y cuántas predicaciones o catequesis... ? -Pues ¡vaya «berenjenal» en que me ha metido! ¡Como si fuera tan fácil al– canzar la luna con la mano! Un pequeño detalle de referencia: piense que sólo un viaje de ida y vuelta en los tiempos ac– tuales, del Tukuko a Maracaibo, supone los 400 kilómetros. Y esta ruta la he teni– do que recorrer muchos cientos de veces. Y en estos cincuenta años, ¿cómo calcu– lar los miles y miles de viajes realizados por Guayana, Delta del Orinoco, Guaji– ra, Perijá, y por toda la Repúblic:i. ... ? En diligencias mi sionales y en viajes de estudio he recorrido las fronteras de Ve– nezuela, desde su extremo Sur-Este, co– lindantes con el Brasil, hasta el extremo Sur-Oeste, en los límites con Colombia, lo que pasa de los SEIS MIL KILO– METROS . Y los otros miles de viajes ... ¡Imposible de calcular! Pero eso no me quita el sueño. Bautismos y predicaciones, aunque pu– diera ser más fácil, no tengo a mano los libros parroquiales. De las misas sí le puedo decir, con más aproximación, que oscilan sobre las VEINTE MIL. ¿Queda satisfecho ya, señor «preguntón »... ? -Pues todavía no, Padre Félix. Usted tiene mucha tela para cortar, pero no quiero cansarle y el espacio es limitado. Oiga, con tantos viajes y por parajes tan difíciles y arriesgados, ¿ha estado en pe– ligro su vida en algún percance, acciden– te o enfermedad, durante estos años... ? -No es difícil adivinar que en esta nuestra vida misionera por estas selvas y con tantas dificultades, surjan los peli– gros y los reveses. Si con esta pregunta se refiere a un peligro de flechamiento como el de Fr. Primitivo o el del P. Clemente, tengo que decir que no. Pero en una ocasión me salvé de ser flechado por haber quedado dando gracias después de la celebración de la santa Misa. En los primeros tiempos del Tukuko , habían salido de mañanita cuatro de mis traba– jadores . Les dije que yo iba inmediata– mente detrás de ellos. Al pasar el río, a uno le cosieron el sombrero con la cabeza de un flechazo, a otro le atravesaron un muslo, al tercero le atravesaron el vientre de parte a parte, al cuarto sólo una leve herida en una mano. El quinto tenía que haber sido yo, pero mi retraso por la acción de gracias después de la santa Misa me libró de haber sido flechado. En otra ocasión, navegando en curiara por el Orinoco, acompañado de varios indios guaraunos del Internado de Ara– guaimujo, me desvanecí y caí sin sentido al agua. Me fui al fondo, como una pie– dra. Sentí cómo una fuerza invisi ble me empujaba para arriba, y si n yo darme cuenta ni saber explicarlo, me encontré de nuevo dentro de la embarcación, em– papado hasta los huesos, con un feno– menal susto. Y sin que los indios se in– mutaran lo más mínimo. (El afirma que fue un milagro de su Angel de la Guarda) . Estando en plena «Campaña Motilo– na» y volando sobre la se lva en los avio- nes que el Ministerio de la Guérra había puesto a nuestra disposición, me ocu– rrieron varios percances. Yo iba en la parte trasera del avión, para cuando me avisara el piloto con el timbre, arrojar los paquetes de las «bombas de paz». Al tirar por la puerta una de estas «bom– bas», saq ué excesivamente el cuerpo y al choque con el fuerte viento perdí el equi– librio como para seguir con mi cuerpo detrás de la «bomba» hasta el suelo. «Algo » o «a lguien » me empujó para el interior del aparato, donde caí casi sin sen– tido y tardé un buen rato en reponerme después del gran susto . En otro de los via– jes de esta misma «Campaña», al coger la última «bomba » se corrieron las tablas sueltas que cub rían la escotilla del avión y me caí fuera del aparato hasta la cin– tura, quedando sos tenido con los brazos abiertos en el suelo del avión. Hice un soberano esfuerzo hasta que conseguí meterme en el interior del avión, salván– dome nuevamente. -Esto es parte de los muchos acciden– tes en su vida misionera. Pero me parece que los médicos están un poco descon– certados con su rara resistencia de salud. ¿Cuántas enfermedades ha tenido que superar en estos años, Padre Félix... ? -Breve enumeración. En San José de Amacuro, me vi aniquilado -como todos los Misioneros y Misioneras que por allí pasaron- por un paludismo implacable. La falta de medicinas, la escasez de ali– mentación y lo excesivo del trabajo, hu– bieran terminado con todos nosotros, si aquella Misión no llega a suprimirse . En el Tukuko he superado un infarto. He tenido que ser operado de cataratas en El P. Félix de Vegamián, infatigable, redactando sus escritos misionales. 21

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