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un soporte y aún quedan otros dos, débiles, pero nos sostendrán». Con algo de desconfianza termi– namos de atravesar. Ya en tierra firme, reíamos, pensando adonde hubiéramos ido a parar. Luego, ¿quién contaría esta fantástica aventura? VOLTEO POR LOS AIRES AL ESPANTARSE · EL CABALLO A todo esto, el Padre había vuel– to para cerciorarse de que había– mos cruzado sin mucha dificultad. Eran ahora las siete de la noche y el telón de la oscuridad caía rápi– damente, pero sólo faltaban unos quince minutos de camino. El Pa– dre, compadeciéndose de mí, al verme empapada y agobiada, por el cansancio, me dice: «Por ser vos quien sois, os permito montéis en las ancas del caballo». Gustosa– mente acepté pensando economi– zarle quince minutos de camino a mis cansados pies. Subí en una enorme piedra para facilitarme la El Cacique Santiago con un grupo de su gente de la ranchería «Chapa- ◄ rros». montada y el Padre colocó el ca– ballo muy cerca de ella. Salté sobre las ancas, pero ape– nas las había alcanzado, el ner– vioso animal comienza a corco– vear, se levanta en dos patas y... PAN, me lanza lejos, con la buena suerte de caer en un peque– ño pedazo de tierra y sin hacerme mayor daño. Con los brincos del caballo, la correa de la montura se revienta y allá también va a pa– rar el Padre, con la mala suerte que se le queda la bota trabada al estribo. Colgaba de una p~na mientras, aterrados, pensábamos que el caballo se nos venía enci– ma; pero el animal no se volvió a mover. ¡Qué suerte! Atacados de la risa, mos una camioneta. Eran Paulina y Salvatore que venían a buscar– nos. ¡Qué felicidad tan grande no tener que caminar más! Subimos a la camioneta y el Padre conti– nuó a caballo. Me dirigí a mi casi– ta, a darme una buena ducha he– lada, deseando fuese de agua ca– liente. Todavía llovía, tomé mi im– permeable y el paraguas y corrí hacia la Misión. En la capilla el Padre se disponía a impartir la bendición con el Santísimo. Dando gracias a Dios por el feliz término del día, me arrodillé un momento. Cuando salí sentía frío y mis pies estaban entumecidos. ¿Qué podría ser mejor que un buen trago para calentarme? Así lo hice, mientras comentaba con el Padre y Fr. Ma– teo las peripecias del día. ¡Qué la Hna. lngalena Y Omaira no divertido había sido todo; parecía tenían fuerzas para ayudar a levan- un fantástico sueño! Un buen plato tamos. Contagiados por la risa, de sopa caliente fue mi comida, al fin logramos levantarnos y con- h A 1 9 t' 1 esa noc e. as p. m. me 1a a tinuar nuestro camino. Era lo úni- cabeza en la almohada, agotada co que nos faltaba para completar pero feliz. nuestra aventura y, menos mal, que más fue el susto que el golpe. Ya cerca de la Misión divisa- Con afecto de hermanos, sin distin– ción de raza ni de color se abrazan el niño Richerd y una niña motilona. ► MAXULA DE MANNILL 213

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