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EL PUENTE SOBRE ELRIO CRUJE BAJO EL AGUACERO dejar de pensar que quizás con la lluvia las culebras se alborotarían. ¡Pobres de las que no llevaban Por fin llegamos al río. Ya todos habían cruzado y sólo quedábamos la Hna. lngalena, Omaira y yo. Como se hacía tarde y empeza- botas! La lluvia arreciaba y deci- Las dos primeras, sin saber nadar, ba ya a oscurecer, la madre Felisa dimos que la mejor parte para decidían que cruzara yo prin:iero no quiso esperar y decidió partir en seguida. El regreso sería a pie ya que la lluvia no permitía que la Power retornara. El P. Romualdo, la Hna. lngalena, Omaira, Tubo, un grupo de indias y yo nos que– damos para la ceremonia final. Apenas comenzaba el Padre con el bautizo cuando volvió la fuerte cruzar el río sería por el puente, hecho de un tronco, cerca del ran– cho de Petróleo. Nos desviamos del sendero principal y tomamos unas estrechas y resbalosas trochas que nos llevaron a un caño. ¿ Có– mo cruzarlo sin meterse en él? ¡Era imposible! Con el agua hasta la rodilla y lluvia. ¡Pobre madre! Ya iba en hundiéndonos en el fango atrave– camino y no tenía dónde resguar- samos el desagradable caño. Ahora darse. ¡«Qué mojada se va a darn!, mis botas, llenas de agua y barro, comentábamos todos sin pensar pesaban un horror; a esio se unía que nosotros corríamos el mismo el peso de mi ropa de Kaki empa– riesgo. Como la lluvia no cesaba pacta, que casi no me permitía y eran ya las seis de la tarde em- andar. prendimos camino. El Padre ofre– ció su impermeable a la Hna. ln– galena, tomó su caballo y empezó a andar. Nosotros, sin ningún otro recurso, comenzamos la larga ca– minata. ¡Qué gozar! Empapadas corríamos por el estrecho ·sendero , que conducía a la misión. Hacía años que no caminaba bajo la llu– via y nunca lo había hecho en ple– na selva. ¡Qué experiencia tan maravillo– sa! Entre cantos, risas y chistes el camino se hacía agradable, aun sin 212 y les tendiera la mano para facili– tarles así la cruzada. El puente era largo y angosto, con dos finos palos a los lados, que formaban una especie de débil baranda. Aba– jo el caudaloso río corría con es– trepitosa fuerza. Comencé a cru– zar, entrelazando mi mano con la de Omaira y ella a la vez con la de la monja, formando así un puente o cadena. De pronto ... TRAC... Un soporte del puente se partía. «TUBO ... TUBO ... », se oyeron los desesperados gritos de la mon– ja, pero ya el indio no la oía. «No tengan miedo», les dije «fue sólo

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