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transcurrido de cinco a ocho mi– nutos desde que Emilia se alejaba del grupo que er~ bautizado y ya era madre. ¡Qué cosa tan maravi– llosa! Corrí a participárselo a Mon– señor que me contestó que ahora no creía en las pamplinadas que tenemos los civilizados. El P. Romualdo continuaba bautizando pero mi emoción era tal que interrumpí y dije: «es una niña». Regresé al sitio con un cu– chillo de cacería que llevaba con– migo y pregunté a Emilia si servi– ría para cortar el ombligo. «Sí», contestó Emilia y esperábamos el momento apropiado. Se acerca– ron varias indias y le reclamaban porque no les había avisado de nada. Ella empezó a sentir dolores esa mañana pero como quería ca– sarse no quiso decir nada. ¡Qué guapa!. .. Llegó el momento y Kaya , con unos hilos, amarró el cordón e hizo el corte necesario mientras Emilia sostenía a la niña. Con el mismo cuchillo abrí un pequeño hueco en el sitio y enterramos la placenta. Tomé a la niña en mis brazos y la envolví en unos trapos que allí habían traído, mientras su madre se levantaba y caminaba ha– cia su rancho unos trescientos me– tros más allá. Llevé la recién na– cida a presentársela a su padre-que sólo en esos momentos termina– ba de ser bautizado. Luego la conduje al rancho y la acosté al lado de su madre que descansaba tranquilamente sobre unos inmun– dos apotos: R~gresé a la capilla y comenzaba la Santa Misa. Una confusa mezcla de hombres y mujeres, niños y mu– chachos se conglomeraban dentro de la pequeña capilla y el calor se hacía cada vez más sofocante. Vista panorámica de la Sierra de Perijá y del difícil camino que lleva a la Misión del Tukuko. Frente al altar, las cuatro parejas esperaban ansiosos el momento del matrimonio. Después del Evangelio el Padre se acercó a ellos y comen– zó la · ceremonia. Cuando le tocó el turno a la segunda pareja, se da cuenta de que la mujer no estaba allí. Había salido en busca de su pequeño hijo que tenía hambre y lloraba. Regresó con el niño a cues– tas y mientras mamaba, el Padre los casaba . Terminados los matri– monios, continuó la misa y 10 ni– ños hicieron la Primera Comunión. Luego vinieron las confirmaciones de un grupo grande. ALMUERZO CON POSTRE DE SABROSAS PIÑAS Eran ya las dos de la tarde y el hambre nos tenía viendo pajaritos. Impacientes por almorzar y viendo que amenazaba lluvia, arreglamos una mesa en la capilla. Nos dispo– níamos a comenzar cuando de pronto se desató un fuerte agua– cero. Monseñor, que en esos mo– mentos se encontraba fuera, tuvo que resguardarse bajo un rancho. Lo esperábamos para comenzar, pero viendo que el agua arreciaba y el hambre aumentaba decidimos empezar a comer sin él. El com– prendería .. . ¡Qué delicioso sabor tenía todo! Por fin llegó Monseñor cuando saboreábamos . unas deli– ciosas piñas que, por cierto, los últimos pedacitos fueron muy pe– leados. Monseñor insistió en que tenía que marcharse al acabar el almuer– zo para celebrar la misa en Machi– ques. Tanto insistió que, con agua– cero y todo, salió el Power a lle– varlo. Al escampar un poco nos dirigirnos al centro de la ranchería donde se preparaba un suculento almuerzo: cochino, arroz, plátano, yuca y unas cuantas gaveras de refrescos. De cuando en cuando se des– ataban fuertes chaparrones que, por suerte, no duraban mucho. Tapaban la comida que se cocina– ba en enormes fogones al aire libre, con hojas de bijao; y todos corríamos a guarecernos bajo un gran techo de palma. Habría allí unos trescientos indios de baja estatura, color chocolate, ojos ras– gados y pómulos salientes, perte– necientes a diversas tribus. Era fas- . cinante y a la vez divertido com– parar sus exóticos e interesantes rasgos con los nuestros. Altos y bajos, gordos y flacos, feos y bue– nos mozos, primitivos y civiliza– dos; formaban el heterogéneo gru– po que esperaba ansiosamente que cesara la lluvia. La espera era ame– nizada con una cacofonía com– puesta de música, llantos de niños y ladridos de perros. Comieron hasta saciarse y nuestro grupo de– cidió comenzar el regreso. 211

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