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MARTINA SUAREZ, DE LA GRAN SABANA, LES SALUDA «Soy de Patravaká, en la ribera del Kukenán. Debí nacer en el año 1928. Mis padres, Miguel Suárez y Brígida Girón, me dejaron muy pronto para ir a unirse con sus an– tepasados. RELIGIOSAS de estas buenas Hermanas. En ellas encontré lo que había perdido: a mis queridos padres. A los pies de estas Hermanas aprendí a leer, escribir, contar. Por ellas comencé a conocer a mi Pa– tria y la amé. Y, sobre todo, apren– dí a amar a Dios. No sé por qué me eligieron para ampliar estudios en Caracas, y a Caracas fui al finalizar el año 1942. Había cambiado de lugar, pero las Hermanas Franciscanas continua– ron a mi lado. El año 1947 estaba de regreso en mi querida Misión de Santa Elena, donde me pusieron al frente de las alumnas de cuarto grado. En junio del mismo año era constituida maestra del pueblo indígena de Santa Elena. TODAS LAS PUERTAS SE ME CERRARON Desde 1928 hasta 1936, nada sé p ARA SER RELIGIOSA... INDIGENAS que me querían arrancar de este mundo. Desde luego les cobré afecto, y ellos han ido agigantán– dose a medida que el tiempo corría y las dificultades se presentaban. Nadie quería cargar con una india. Usted sabe, Padre, de qué madera estamos hechos los indios. El hombre piensa como hombre y obra en consecuencia. Transcu– rrió un año, dos, tres ... Y las puer– tas del claustro, absolutamente las de todos los claustros, permane– cían cerradas para mí ... Pero llegó la hora de Dios, y Dios que es la puerta, me introdu– ce cuando y donde El quiere. El Señor, que ordena y dispone, hará que esta india encuentre fuerzas en su misma debilidad, y en un plazo no muy lejano, Martina Suá– rez sea la «HERMANA LOUR– DISTA INDIA.» decirles de cuánto aconteció en mi (Relato personal de Martina Suá- vida. Solamente recuerdo que la En el mes de agosto de 1947 fue rez) Santa Elena del Uairén, febre- muerte de mis progenitores, ocu- cuando sentí los primeros impulsos ro 1953. rrida cuando yo tendría unos diez o doce años, me causó una honda tristeza. Durante estos años viví en la selva, debí ser un «chigüire» más de la Gran Sabana.» LO QUE SOY, SE LO DEBO A LAS MISIONERAS En junio de 1936 fui recogida por las Hermanas Misioneras Franciscanas, y pasé a formar parte del Internado que ellas re– gentaban en Santa Elena del Uai- 1 rén. Siete años estuve en compañía 203

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