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TERCERA VISITA A «KUKUTA» Esta vez nos llevamos una mula, vieja y mansa, para que nos ayude a pasar el río. Al llegar a uno de estos pasos difíciles, arrimo el animal a una piedra para que pueda subir más fácilmente la Her– mana Irene. -Vamos, «Mo– rroca», que si te portas bien, al llegar a la Misión te daré una buena ración de maíz-. La mula, al ver las turbulen– tas aguas del río, mete caute– losa las patas delanteras en la corriente, menea las orejas con desconfianza y rápida– mente mete la «marcha-atrás» subiendo a toda mecha una pendiente. La Hermana, que no está entrenada de amazo– na, no puede guardar el equi– librio y cae a cuerpo muerto al suelo. Se lleva doble susto porque, casualmente, ha caí– do encima de una culebra que, al sentir el golpe, huye entre la espesura. Cojo yo al animal y le obli– go a pasar el río para que pierda el miedo a la corriente. Repito el pase varias veces, hasta que la Hermana Irene, repuesta del susto de la caída y de la culebra, se decide a pasar conmigo en la mula. La dejamos atada a un árbol, y proseguimos a pie nuestra ve– reda hasta el rancho de «Ku– kuta». 198 -¿«Qué tal «Kukuta», ya estás bueno, -le pregun– tamos. -«Ua, visho caoeza maru– ca, kobampi menape tuara karina». (No estoy bien. El tigre cabeza maluca ayer me comió todas las gallinas). «Marko, amor orarko peneno visho tueca». (Marcos, tu re– galarme veneno para matar tigre). -Bueno, no te preocupes, «Kukuta». Toma primero es– tas medicinas que te trae la Hermana, y ya te mandaré el veneno para matar al tigre. Aquel día nos estaban espe– rando ocho indios e indias. Les damos algunas provisio– nes, la Hermana Enfermera les da a besar el Crucifijo y regresamos a luchar de nue– vo con la mula y con el río. Al regreso es la Hermana Victoria la que hace dar a la mula más vueltas que una peonza para atravesar el río. «Acerque más la mula, Fray Marcos». «Del lado iz– quierdo no sé montar». Pa– rece que la mula no quiere colocarse a gusto de la Her– mana. Llevo a la mula del ramal para animarla a pasar la corriente. Pero cuando lo consegui– mos, la mula sin detenerse en la orilla, emprende a correr en dirección de la Misión. Trato de sujetarla haciendo fuerza para que se detenga. La mula se encabrita, resopla indignada echando humo por las narices, se levanta de ma– nos, comienza a dar coces y... la Hermana que rueda por el suelo. Tuvimos que dejarla por imposible, y seguir nos– otros a patita andando hasta la Misión. Hay que mirar más arriba del firmamento, y pensar en nuestros queridos indios Yuc– pa, lo que nos necesitan y en el bien que les estamos ha– ciendo en cuerpo y alma. Por- • 1 que s1 no .... (Relato de Fr. MARCOS DE YUDEGO) (El Tukuko, agosto de 1952).

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