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pectáculo, a mi regreso adon– de estaban las Hermanas, les cuento todo lo que he visto, y les reitero que merece la pena el que se trasladen para contemplarlo. Pero el camino no es fácil y hay que pasar el río por un palo que hace de puente. Aun así, se deciden. -¡Qué cosa más bonita! ¡Cómo habrán tenido la pa– ciencia y el arte para tejerlo de esa manera! EL REGRESO, POR OTRO CAMINO Las Hermanas deciden lle- varse a la mamá y al niño a la Misión para atenderles mejor y poder bautizarle con solemnidad. Preguntan a la madre del recién nacido: -Oye, María, ¿no hay desde aquí otro camino para regresar a la Misión? La in– dia nos señala otra dirección para el regreso. Mientras tanto, ha llegado hasta nosotros la abuela del niño. Viene gritando como una pantera y haciendo ges- tos de amenaza. Grita a María con el niño. La india respon– de en el mismo tono a la vie– ja. Esta atraviesa el río y se acerca a la Hermana que tie– ne el niño amenazándola fu– riosa, mientras intenta arre– batarle a la criatura. Me veo obligado a intervenir, para zanjar la cuestión: -Mira «aschokrepa» (la– drona), te voy a dar «ticho– ka» (paliza). En Misión, a «kantik» kuna y aropa patume» (al niño en la Misión vamos a lavarle y darle ropa bonita). No hay quien convenza a la vieja, hasta que me veo obligado a hacerla regresar a su rancho con otras amenazas. ME ARRASTRO LA CORRIENTE ENTRE LAS PIEDRAS Por el nuevo y desconocido sendero, no se nota oaso de personas. Volvemos a encon– trarnos con el río inevitable. La india María me dice en su medio-castellano: «Marko, agua mucho. Río mucho ca– beza maruca». Ni ella se atre– ve a vadearlo. para que regrese a la choza Me decido a tantear el p:= so y me meto al agua. Pero la fuerte corriente me arrastra varios metros, hasta que tro– piezo con una roca y logro asirme a ella. A duras penas puedo salir a la orilla. Les di– go a las Hermanas: Ustedes no pueden pasar por aquí, ni por asomo. La india María, conocedo– ra del terreno, encuentra a unos treinta metros, un paso que parece más fácil. Deja a su criatura en el suelo y for– mamos cadena entre todos para vadear el río, hasta que logramos pasar a la orilla opuesta. La india regresa por su hijito y emprendemos de nuevo la marcha. Ahora sí que se nos presenta la selva virgen sin el más mínimo in– dicio de sendero. Tenemos que abrir camino al andar. No hemos caminado cincuen– ta metros, y ¡de nuevo el te– mible río Tukuko ! La última que lo pasa es la Hermana Victoria, pero resbala en una piedra donde las aguas bajan más impetuosas, y se ve arras– trada por la corriente gritan– do y pidiendo auxilio. Tengo que lanzarme al río y ayudar– la a salir, empapada como una sopa y el rostro desen– cajado por el susto. Llegamos, por fin, a la Misión, donde fue atendida la india, y su hijito bautiza– do en ceremonia solemne, po– niéndole por nombre José Miguel. 197

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