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P. Félix de Vegamián recién llegado a Venezuela. empeño singular el conseguir grabar la entrevista con el P. Félix, una de las fi– guras misioneras más excepcionales. Uni– co en su especie: por el tiempo que lleva en zonas misionales y único superviviente de los tiempos fundacionales. Unico tam– bién en su carácter y temperamento, en sus andanzas y aventuras misionales, en su capacidad de trabajo y en su resis– tencia física inimaginable... _:Mire, P. Pacifico, déjeme de mon– sergas de entrevistas. El que quiera sa– ber, que venga a trabajar, pero aquí, a la Misión. -Ya está el P. Félix con una de sus «espantás». Pues sepa que yo soy tam– bién cazurro, y cuando me propongo una cosa no me doy por vencido fácil– mente antes de conseguirla. Iglesia misional de Tucupita y gru– po de los primeros seminaristas in– dígenas en Upata. 18 -¿Para qué fin quiere vuestra Cari– dad esa entrevista? -Para la Prensa y Radio de España, particularmente en León, y para un libro que estoy preparando sobre nuestras Misiones en Venezuela. -Mire, cuénteme y cánteme algo de nuestra querida España. Aunque sean las marchas del Frente de Juventudes; ya sabe que a mí me encanta todo lo que se refiera-a nuestra Patria. -Para contarle algo de España ya tendremos tiempo, P. Félix. Para cantar– le, lamento decirle que no sé cantar yo solo, y las marchas del Frente de Juven– tudes las oirá, con fenomenal estilo ju– venil, si acepta mi invitación de ir a Cam– pamentos cuando regrese a España. Tengo entendido de que usted, que ha sido casi toda su vida Superior, era un poco mandón. (No se enfada, ¿verdad?). Déjeme que ahora le mande yo. Y le mando como acto de servicio a las Mi– siones, a nuestros Misioneros y a todos los entusiastas y numerosos amigos de nuestras Misiones. Usted me va a con– ceder la entrevista. Pero ya mismo. -Bueno, pero le pido, P. Pacifico, que me deje comenzar, antes de contes– tar a sus preguntas, en esta oportunidad, primera y única en mi vida, saludar con mi afecto entrañable de español y de Misionero, a mis hermanos todos, los hijos de nuestra querida España con es– tas frAses: ¡VIVA FRANCO! ¡ARRIBA ESPAÑA! (Nos quedamos después en silencio los dos. Nos dimos un gran abrazo sin pa– labras ... ) * * * -P. Félix. ¿cuándo llegó usted a Amé– rica, concretamente a Venezuela, como misionero? -Llegué al puerto de La Guaira el 12 de noviembre de 1924. Venían también los Padres Luis de León y Tomás de Graja!, y los hermanos Fr . Severino de Olea y Fr. Anselmo de Valduvieco. Habíamos salido de Bilbao el 17 de oc– tubre. ¡Qué amargo aquel último adiós a la Patria! Es verdad que todos venía– mos voluntarios a nuestra recién funda– da Misión del Caroní -yo acababa de estrenar mi sacerdocio con mis veinticin– co años-, pero todo el entusiasmo ju– venil no aminoraba el sentimiento de abandonar la Patria y la familia para siempre, porque tal eran las circunstan– cias de entonces. Aún tengo grabados en la memoria y en el corazón los parpadeos del faro de La Coruña en la última no– che de aquel «adiós »... -¿ Y no contrarrestaba la pena y el sentimiento el aliciente de su nueva aven– tura en la travesía del Atlántico... ? -Esa fue otra, amigo. En cuanto sa– limos a alta mar nos encontramos con una tempestad horrorosa. Nos quedamos solos en cubierta, porque la casi totali– dad de los pasajeros se retiraron obli– gados por el mareo. Era impresionante la lucha de nuestro «CRISTOBAL CO– LON» con sus 16.000 toneladas y las olas gigantes que le azotaban ... Una lu– cha que duró cuatro días. Al fin, cuando los tres mil pasajeros que llevaba a bor– do comenzaron a dar señales de vida, con sus rostros macilentos, pálidos y desencajados, parecían seres de otro mundo. -P. Félix, ¿antes de incorporarse a las zonas indígenas, trabajó algún tiem– po en otra República? ¿Dónde fue? -Con el fin de aclimatarnos un poco, antes de ir a la selva, los Superiores nos destinaron al P. Tomás y a mí a Puerto Rico, con el fin de ir acostumbrándonos al trópico y entrenarnos en el apostolado rural. Yo estuve en Utuado hasta septiem– bre de 1925 . Recuerdo con afecto a aque– llos queridos «jíbaros» puertorriqueños, infatigables trabajadores, saturados de

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