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También suelen adornar el dorso con el típico collar denominado nasi-muju (collar de huesos). Los hombres celebran la fiesta en una casa y las mujeres en otra, pero todos al mismo tiempo y con idén– tico ritual. II Llegada la hora, van los anfi– triones, por orden del Jefe, a bus– car la comida, colocándose mien– tras tanto los comensales cabezas de familia en varias filas delante de unas largas carreras de hojas de palma, colocadas en el suelo con mucho arte a manera de man– teles. El Jefe Güisiratu de la ran– chería, o sea el teurgo, y el indio que da el principal contingente de harina para la fiesta, se colocan sobre unos taburetes, presidiendo en la testera de cada fila. Después, siguiendo por orden de importan– cia teúrgica o anciana!, los cabezas de familia; y hacia la cola, los jó– venes que aún no tienen mujer. Vienen por el camino más largo, como al principio, los portadores de las viandas, enguayucados, si– lenciosos, cabizbajos y uno tras otro, trayendo las tortas de «yu– ruma» en grandes «guapas» o bandejas de tirite, llamadas por los indios biji, y el morocoto asa– do en las típicas fuentes guaraúnas, llamadas jara-biji, hechas de ho– jas, las que van colocando entre las dos filas de comensales sobre los manteles de hoja extendida. El «Bisikari» (Fiscal), va contando y distribuyendo las tortas y el gua– jabu en proporción de la impor– tancia de las personas y del número de miembros varones de cada fa– milia y se lo va colocando a cada uno delante, sobre el típico mantel. Ahora, cada cabeza de familia va llamando con voz apagada y temblorosa a los muchachos de su familia, quienes hasta este mo– mento han permanecido alejados de la congregación de adultos. Al ser llamados se van acercando en silencio, colocándose al lado de sus padres respectivos; o si no se colocan todos juntos en las colas de las filas. III Estando ya todos en su lugar, el Güisiratu pronuncia en su jerga teúrgica unas palabras, significan– do que el Jebu ya está allí presen– te; que se sienten. Y todos, a una, se sientan sin hablar. El Güisiratu les manda que pidan permiso al Jebu para comer; y uno a uno co– menzando por el último, dicen, volviendo la cabeza al testero donde está el Güisiratu, ministro del Jebu: «Dima ji ami... » (Padre, ¿me permites comer?»). El Jefe va respondiendo a cada uno de la misma manera: «Naara diá», ( «ya puedes comer»). A pesar de haber recibido el per– miso, nadie se atreve a tocar toda– vía la comida, hasta que todos hayan sido autorizados. Al termi– nar el último, el Güisiratu les man– da comer en obsequio del Jebu, allí presente, aunque invisible. Los indios comienzan a comer to– dos a una y con cierta animación y algazara, pero sin estridencias y como a media voz, guardando siempre cierto misterioso respeto a la presencia invisible de Jebu. En estos ágapes teúrgicos no se autoriza otro género de alimentos que la <<najara guaraabitu» (co– mida racial guaraúna), o sea la yu- ruma con guajabu (pan de harina de moriche con morocoto asado). IV A una voz del teurgo cesan de comer; y con aquellas mismas ho– jas que les sirvieron de manteles hacen envoltorios o atijos. En uno recogen las espinas y escamas del pescado; en el otro guardan las sobras del banquete; y esperan en silencio a que todos terminen. Cuando todos han terminado, uno a uno, por el mismo orden que al principio, le dicen al teurgo: «Di– ma, najarayanae», (Padre, ya he comido). El teurgo les responde: « Yakeraja najarakunarae Jebu a najara» (que te haga buen prove– cho la comida del Jebu). Al terminar todos de decir esto mismo, .el teurgo, en nombre del Gran Espíritu les permite marchar a sus casas, con palabras como éstas: «Dia; Jebu ka yaaroya tate» (ea, ya podéis marcharos, el Jebu nos protegerá). Se levantan a una; y uno tras otro, comenzando por las colas de las filas, van saliendo por delante del Güisiratu, al que piden licencia para marchar, vol– viendo hacia él la cabeza y dicién– dole: «Dima, ji ami», (Padre, nos vamos). Les replica el teurgo: « Yaké; na diá, yakera narukatu diana», (está bien, idos ya). En esta forma van desfilando todos, uno tras otro, con las mis– mas ceremonias, con las mismas deferencias y preguntas al teurga y con las mismas respuestas del piache. De allí se van en silencio cada cual a su casa. Fr. Basilio M. ª de BARRAL, Misionero Capuchino. 167

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