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El P. Cayetano de Carrocera asiduo historiador de temas misionales. LOS MISIONEROS DE DIOS YLOS ESTUDIOS «Ninguna conquista ha dejado a la civilización moderna un acopio de trabajos literarios y científicos . ' tan neo y fecundo, como la con- quista de América por los caste– llanos. La llegada de los misioneros es– pañoles, trayendo la cruz por di– visa y la misión por doctrina, hubo de echar por tierra el hacha del verdugo, detener los estragos de la guerra, dar tregua al ·espíritu aventurero, sostener la autoridad vacilante y atraer con la caridad y mansedumbre evangélica las po– blaciones indígenas , que, de pie sobre la tumba de sus progeni– tores y sostenidas por la justicia, sabían morir en defensa de sus hogares y de su patria. Con semejante política por par– te de España y debido a su bené– fico influjo, salváronse las tra– diciones antiguas, los rudimentos 162 del lenguaje americano, y pudie– ron estudiarse los monumentos que habían desafiado los siglos, como testigos de épocas remotas ... Cuántas crónicas, cuántas obras sobre la historia de América, cuán– tos trabajos y elucubraciones es– critas después de la victoria y en medio de las naciones sometidas ' no por la fuerza de las armas, sino por el lenguaje persuasivo de una religión, que hizo de los obs– tinados defensores los neófitos de la nueva creencia. La gloria más pura de España en la conquista del Nuevo Mundo no está, como he– mos dicho, en las aventuras fabu– losas de la esforzada lid, que re– sucitó la época heróica de los hy– pántropos, sino en el encargo apos– tólico que confió a aquellos pas– tores sostenidos por el espíritu evangélico, a quienes el mundo llama Los Misioneros de Dios. Fueron éstos los varones cons– tantes que fundaron los primeros pueblos, que talaron las montañas, que cultivaron las tierras, que pa– cificaron la América y salvaron su historia, sus tradiciones y su len– gua. Tras la ruina vino la recons– trucción; obra de un instante fue la codicia, mientras el encargo apostólico fue obra de siglos. Aún contínua con brillo en los pue– blos de Asia, de la Oceania y en los desiertos de Africa, sostenido por la fe, con la cual comenzó su obra inmortal en el Nuevo Mundo. Es la idea iniciada por España ahora hace tres siglos, que cose– cha óptimos frutos en beneficio de la civilización universal. Puede decirse que España fue en América, después de la prime– ra lucha, verdaderamente educa– cionista. La histo~ia colonial de Méjico, del Ecuador y del Perú así lo comprueban. La introduc– ción de la imprenta en América ' cuando muchas de las naciones principales de la vieja Europa no la conocían; los primeros colegios de Méjico, fundados expresamen– te para la educación de los prín– cipes indígenas; los planteles de enseñanza fundados en Lima y Quito, después de vencidos los In– cas; el trabajo incesante de los misioneros en el estudio de las lenguas americanas; los cronistas nombrados por España para sal– var del olvido la historia del Con– tinente; todo esto da a la con– quista castellana un sello de gran– deza que habla muy alto en pro de la España de Carlos V... A los misioneros se deben los primeros trabajos no sólo sobre la historia antigua de América, sino también rudimentos sobre geogra– fía, hidrografía e historia natural ' como igualmente la introducción y cultivo de los productos natu– rales de Europa. Los misioneros fueron los primeros maestros en la enseñanza de los pueblos del Continente, y también los prime– ros etnógrafos americanos. Sin las elucubraciones filológicas de los misioneros, la ciencia moderna no habría podido estudiar las diver– sas lenguas del Mundo Nuevo ni fijar su filiación científica. En el estudio de las lenguas y de las ra– zas que poblaron la América, los trabajos de los misioneros consti– tuyen la base indispensable y ne– cesaria de la etnografía de una gran porción del género humano». ARÍSTIDES ROJAS
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