BCCCAP00000000000000000000320
guimos apresurando el paso todo lo que nos permite el mal camino. Como a la media hora aparece un grupo de trabajadores e in– dios escoltando al Misionero flechado. ¡ Y HASTA LA MULA ANDABA CON CUIDADO... ! No pude estrecharle en un abrazo porque la flecha me lo impedía. Le había pasado debajo del corazón y le sobresalía a ambos lados del cuerpo. El P. Clemente, alto y del– gado, viene pálido y demacrado sobre una mula mansa que parece que pone cuidado en cada paso que da para no molestar al que lleva encima. -¿Cómo se encuentra, P . Clemente? -¡Bien ... ! -me contesta. Noto que le cuesta mucho hablar y respira con dificultad. Le damos a beber unos jugos de fruta que habíamos llevado de Machiques . El doctor le inyecta unas ampolletas y le toma el pulso. -Esté tranquilo, P. Clemente, que de in– mediato no hay peligro. Pero prosigamos la marcha. Los que vienen acompañándole van des– calzos, tanteando los charcos y sondeando los baches para que pase la mula del Padre por los que sean menos profundos. El P . Clemente tan sólo cuando la mula hacía es– fuerzos para salir del barro, se quejaba con un «¡Ay, Dios mío!». EN EL RIO, NADANDO SOBRE LOS CABALLOS Son las siete de la tarde, y la noche se nos echa encima. La espesura de la selva tupidí– sima y los árboles corpulentos que nos rodean, no nos permiten ver más que una franja de cielo en el que ya brillan las estrellas. Pero ninguna viene a guiarnos, como a los Magos, por aquella senda fangosa y oscura. Guiados por una linterna que había llevado el doctor, llegamos al Río Negro. Los caba– llos nos pasaron nadando. Al otro lado varios camiones y «jeeps» esperaban nuestra llegada. Colocamos al P. Clemente en la ambulan– cia... ¡Y tiene que ir de rodillas! Por la flecha que le atraviesa no puede adoptar otra pos– tura . A las ocho de la noche emprende'mos viaje hacia Machiques. Todo el pueblo se ha– bía movilizado al conocer la noticia. Aquí tenemos que cambiar de vehículo, porque los frenos de la ambulancia venían fallando. CLINICA DEL DOCTOR AMADO. ¡LA FLECHA EN UNA CAJA FUERTE! Sobre las diez de la noche cuando salimos de Machiques, haciendo un alto en La Villa del Rosario para recoger al P. Dionisia de Barajares, primo hermano del P. Clemente. Hacia las doce entrábamos en Maracaibo to– cando el claxon de emergencia. Inmediata- mente se colocan delante de nosotros los «Radio-Patrullas» para abrirnos paso hasta la clínica del doctor Amado. Los cirujanos que estaban avisados, se cansaron de esperar ante nuestra tardanza, y se habían retirado a sus casas. Ante la llama– da telefónica se presentan en la clínica con toda presteza. Hay consulta de médicos. Al– gunos opinan esperar algún tiempo para la operación. Pero el P. Clemente no se puede acostar, ni sentar... y ya no se tiene de pie ni de rodillas. Deciden operar cuanto antes. Como a la media hora, una enfermera nos presenta la flecha que le han extraído. Pasó raspando la parte inferior del corazón ... Es– peramos hasta las dos de la mañana para que el doctor Amado nos entregara la flecha. Pero él, con gesto satisfecho, la mira sonriente y la introduce en una caja fuerte, como si fuera un gran tesoro. La coloca junto a la otra que tiempo atrás había extraído también a Fr. Primitivo de Nogarejas, flechado igual~ mente por los indios en el mismo Centro. Al preguntar al doctor Elías por sus hono– rarios en aquel servicio, nos responde: «Les agradecería me obsequiaran con dos flechas de las tiradas por los indios al P. Clemente». Repuesto al P. Clemente de este flecha– miento, cualquiera diría que no volvió a pisar la selva de estos indios. Pero el P. Clemente volvió a la selva y a vivir con aquellos in– dios . Estaba convencido de que su sangre te– nía que ser redentora para aquellos indígenas. Como así fue. El P. Clemente de Viduerna, segundo flechado en la misión del Tukuko.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz