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PERFIL DE FRAY CLEMENTE Este perfil de medallón sagrado, realizado con júbilo por la mano de Dios, es la efigie de un fraile, dedicado a redimir salvajes c:on la luz de su voz. Del lobo humano, con Francisco hermanado, descalzo anduvo del motilón en pos. Y en la selva. vivía, penetrado de los designios que le confiara Dios. Pero todo en la tierra está signado por los fieros asaltos del Mr;fisto, que osa, en vano, destruir la Misión. Y este perfil es el «Fraile flechado» con una astilla del madero de Cristo que el Salvador detuvo, bajo su corazón. ANGEL EMIRO GOVEA. (Maracaibo). MADRUGADA SANGRIENTA FLECHAMIENTO DEL P. CLEMENTE DE VIDUERNA (Relato de Fr. Marcos de Yudego , mi– sionero en el mismo Centro y testigo presencial de los hechos.) Son las dos y diez de la madrugada del 14 de septiembre de 1950. Los perros de la Mi– sión del Tukuko ladran desesperadamente. Ha transcurrido media hora, y los perros no censan de ladrar. Salgo de mi habitación para avisar al P. Clemente. Nos internamos los dos en la selva, linterna en mano, para cerciorarnos de lo que allí estaba pasando. La noche está muy oscura. Las aguas del cer– cano y crecido río Tukuko arrastran· grandes piedras y gruesos troncos de árboles haciendo un ruido infernal. Los perros se lanzan como rayos hacia un rancho contiguo a nuestra vivienda, don– de estaban escondidos los temibles indios. Al acercarnos y enfocar el rancho con las linternas, aprovechan ellos la ocasión para disparar certeramente la flecha que atraviesa el pecho del P. Clemente, muy cerca del co– razón. ¡Ay, Dios mío, me flecharon! ¡Jesús mío, misericordia! ¡Dios mío, me muero! -excla– mó el P. Clemente al sentirse herido. Yo estaba a dos metros de distancia e inmedia– tamente acudí en su auxilio. Yo me salvé de milagro, pues dos flechas me pasaron rozan– do, una la pierna derecha y otra la cabeza. El herido, quejándose por los agudos do– lores, y caminando con mucha dificultad, logra llegar hasta su habitación. Allí le ase– rré la parte de la flecha que sobresalía de su cuerpo. El menor movimiento le producía tales dolores que sentía desgarrársele el pecho. De sus labios salía con frecuencia la frase: « ¡Dios mío, les perdono de todo corazón!» A fin de poder .calmarle algo -los agudos dolores, le inyecté una ampolla de aceite alcanforado . A las seis y media de la mañana intentamos 146 colocarle en una hamaca para trasladarle a Machiques, llevándole a hombros entre los trabajadores de la Misión y los indios. Pero era imposible transportarlo de esta manera. La flecha que le atravesaba de pecho a espal– da, le impedía acostarse. No hubo más reme– dio que colocarle lo mejor que pudimos a lomos de una yegua y emprender el camino hacia Machiques. Serían doce horas de cami– no y de martirio. DESDE MACHIQUES, EN AYUDA DEL FLECHADO A las doce de la mañana del día 14, regre– saba el P. Romualdo de Renedo, Párroco de Machiqµes, de su ministerio pastoral. Al entrar en la residencia le dan la trágica no– ticia: «Han flechado al P. Clemente en el Tukuko». Sin pérdida de tiempo se va a bus– car una ambulancia y un médico. El doctor Luis Elías estaba comiendo. Interrumpe su refección y sale a toda prisa con Monseñor Turrado y el P . Romualdo en dirección al Tukuko. En previsión de las dificultades del camino, el P. Romualdo consigue un «jeep» que lo conduce el señor Heraclio Montero. Al llegar a Río Negro . se encuentran sin puente. El vehículo tiene que ser remolcado por dos yuntas de bueyes. Ha llovido mucho los días anteriores y los caminos están fan– gosos e intransitables. El «jeep» se entierra en el fango y no puede seguir adelante. Los ex– pedicionarios se ven- obligados a regresar a la aacienaa «Matacán», posesión de una fa– milia amiga de la Misión, en demanda de ayuda. La familia de don Gaspar Gutiérrez, que no sabe de sacrificios para atender a los Misioneros Capuchinos, pone tres caballos a su disposición. Reanudan la marcha guiados por Dionisio Gutiérrez, hijo mayor de don Gaspar. ¡PRISAS, NERVIOS. Y A LA YEGUA SE LE ROMPE UNA PATA... ! El P. Romualdo de Renedo prosigue rela– tando este viaje de rescate del Misionero flechado en términos dramáticos. Monseñor Turrado no me permitió montar en el brioso potro que me ofrecían por no estar acostumbrado a cabalgar. Tuve que re– signarme a montar en una yegua amansada por los años. Atravesando varias haciendas salimos a un camino que esperábamos estu– viera en mejores condiciones. Aquello era para visto... y sufrido. Las caballerías se atollan hasta la cintura. Hay trozos en que el fango llega hasta los estribos. Al forcejear los animales para sacar las patas del barro nos salpican de tal manera que, a los pocos minutos de caminar, el traje blanco del doctor era de todos los colores menos blanco. Como a las dos horas de camino mi yegua se atolla en un charco. La espoleo para animarla a salir, pero cada vez se hunde más. Tengo que tirarme yo al charco y ayudar a salir al animal. Sale casi ahogada y ¡con una pata partida! Tan intransitable estaba el camino que en nuestra ruta hallamos no menos de diez carros de bueyes atollados, con ruedas o ejes par– tidos a pesar de ser arrastrados por dos yun– tas cada uno. Como a las seis de la tarde nos encontra– mos con uno de los trabajadores en aquellas haciendas, quien nos aconseja volver para atrás, porque la caravana del flechado debía escar ya cerca de Machiques. Queremos hacer una última tentativa y se-

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