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pañero de viaje que había salido ileso del ataque de los indios. Y aquí comenzó la procesión de mi calvario, su– biendo cerros, atollándonos en los barrizales, atra– vesando ocho veces varios ríos que venían muy cre– cidos ... Se turnaban los cargadores, pero yo había de seguir siempre en la misma postura, sin alivio posible. Ya casi a la media noche, comenzamos a oír el ronquido del motor de un camión, pero los minu– tos nos parecían siglos. Por fin llegó el P. Cesáreo con unas ampollas antitetánicas y unas inyecciones de penicilina. El camión se había atascado en un barrizal y tuvieron que seguir a pie hasta Rionegro, llevándome en la hamaca. Aquí, permanecimos como dos horas, hasta que con una máquina cater– pillar pudieron sacar el camión del atolladero. EL VIATICO, LA EXTREMA UNCION, Y AL QUIROFANO Después de muchos percances, llegamos a Ma– chiques. Cuando me trasladaron a una ambulancia, sentí un frío terrible. Pedí una manta, y al verme en aquella estrechez, sólo a mi lado el P. Cesáreo, más que llevarme a una clínica, me parecía que me llevaban a enterrar al cementerio. Al llegar a la Clínica del doctor Amado en Ma– racaibo, me hacen las radiografías y dan el diag– nóstico: Es una flecha enterrada veintisiete centí– metros en el cuerpo, dirigida de derecha a izquierda y de arriba a abajo. Está en– terrada en el pedículo renal, pasando en– tre las venas cava y aorta. El doctor Amado dio órdenes para que me pre– pararan el pasaporte para el otro mundo. Monse– ñor Turrado, que se encontraba accidentalmente en Maracaibo, fue quien me administró el Santo Viá– tico y la Extrema unción. LA PROVIDENCIA DIVINA DIRIGIO EL BISTURI Casi a las veinticuatro horas de haber sido fle– chado por manos alevosas, otras manos, sabias y cannosas, me extraían la flecha de mi cuerpo. Me rajaron por delante y por la espalda. Cuando fina– lizaron la operación, el doctor dijo: «La Providencia divina, que dirigió la flecha con tanta delicadeza entre las dos venas fundamentales, esperamos que ha– brá dirigido con acierto nuestro bi-sturí, y que hará lo que falta para salvarle la vida.» A los pocos días tuvieron que someterme a otra operación, pero ésta sin anestesia, porque mi ex– tremo estado de debilidad no la toleraba. Descu– brieron una enorme infección en la pleura, de la que me extrajeron más de un litro de pus. También ahora Dios ayudó. Gracias a El, a los doctores y enfermeras, a los dos meses de mi fle- · chamiento y operación, se lo estoy contando tran– quilamente desde mi habitación de Machiques. » FR. PRIMITIVO DE NOGAREJAS Fray Primitivo con ·el doctor Amado en la clínica donde le salvaron la vida. • ~ . -- .... . , ' ' 145

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