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Con la Cruz en la mano, soste:1ie11do su peso y su ternura, viviendo la razón de su locura, abrazada en «Abrazo» franciscano. Esa cruz que acaricia tu mirada y penetra de luz tu pensamiento será testigo fiel de la esforzada empresa que cuartea el sentimiento. Será testigo de la amarga pena del vivir exiliado en tierra extraña, -sin pecado, sin juicio y sin condena– cuando la propia es luz, fervor y entraña. Con la cruz misionera, tu destino de clavos, de dolor, de herida abierta hasta regar con sangre la desierta sabana del Señor. Yo te adivino cosido al crucifijo, lastimado de soledad, tristeza y amargura, huidizo como un perro apaleado que arrastra su dolor por la espesura. Te presiento lloroso por la estrecha singladura del odio que acorrala, sin otros horizontes que la bala o el veneno en la punta de la flecha. 142 ASITE QUIERO, HERMANO Si eres Cristo has de ser crucificado: no faltarán intrigas a tu paso, ni el cuajarón de sangre en tu costado, ni el brindis enemigo en tu fracaso. Camino de tu cruz, voces hostiles de delación, de injuria y de denuncia, y saciarán su furia de reptiles con el ácido pan de tu renuncia. Esa cruz del Señor, hermano mío, maniatará tus manos con cadenas y manchará tu nombre con el frío deshonor del proceso y las conaenas. Condenado a vivir solo en el yermo, sin el consuelo de una voz amiga, se irá quebrando tu salud, enfermo de soledad, de fiebres y fatiga. Te atarán a la cruz de pies y manos. Morderán en tu honor perros hambrientos y nunca faltarán «falsos hermanos» para tortura de tus sentimientos. Con la cruz en la mano, crucificado en vida eres tan fuerte como aquel hermanito franciscano que cantaba en la hora de su muerte. P. CALASANZ.

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