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Primera misa del P. Lucio en la Misión de Santa Elena. El P. Lucio ejerciendo el apostolado entre sus pai– sanos de tribu. pasado el tiempo de las dudas Y cavilaciones . La resolución ya es– taba tomada. No había más que ponerse en las manos del Señor y con el profeta lsaías exclamar: «En ego», Señor, heme aquí. Haz de mí lo ·que sea de tu agra– do.» La impresión que causa esta ma– durez espiritual en un indio recogido en la selva es indescriptible. Y según confesión propia del sacerdote indí– gena esta madurez se la debe a los Misioneros. Esta madurez se descubre en cada capítulo de su vida espiritual pero lle– ga a cotas inimaginables en un indio e incluso en un joven normal de re– ligiosidad profunda cuando nos des– cribe su Ordenación Sacerdotal. El P. Fierro está sumergido en el misterio hasta el punto de no reparar en las formas externas que no son más que el necesario telón de fondo que da más relieve a lo sustancial del hecho religioso. Nos lo confiesa él mismo con una naturalidad sorpren– dente: «De la ceremonia de la Orde– nación, le podría decir algo si hubiera sido mero espectador; pero como era uno de los prota– gonistas de asunto tan serio, nada o muy poco puedo decirle; pues la idea de la maravilla que se iba a obrar en mí, en este indio pe– món, cada vez se adueñaba más de mi espíritu, hasta el punto que ni cuenta me daba de lo que a mi alrededor sucedía ... ... un INDIO revestido de pode– res que ni ellos mismos (los án– geles) poseen, un indio con los poderés divinos ~e atar y desatar, de consagrar el cuerpo de Cristo y de perdonar los pecados ... Sólo quien haya pasado por la vi– vencia personal de este misterio podría rubricar el acierto, el realismo y la autenticidad de estas expresiones. Porque ha sabido captar de un modo definitivo ese estado de ánimo que embarga el espíritu del nuevo sacer– dote, con una mezcla misteriosa de indignidad y de gracia, de grandeza y fragilidad, de dudas de esperanza, de temor y de gozo. Sigue el P. Fie– rro: «¿No es esto un gran prodi– gio? ¿No es esto algo maravillo– so capaz de llenar de admiracié?n y asombro a las mismas jerar– quías angélicas ... ? Yo así lo creo. A través de la narración del P. Lu– cio Fierro aflora insistentemente el sentimiento de la gratitud . Es un aire grato que se respira de principio a fin: no olvida ni por un momento a sus educadores, a los que orientaron sus primeros pasos hacia el Señor, a los que de un modo o de otro dejaron poso en su corazón: El P. Lucio en su primera visita a España. Celebra el cariñoso encuentro con «nuestro» Obispo, Monse– ñor Gómez Villa. En Caracas «tuve la gran sa– tisfacción de encontrarme con otro venerable y benemérito mi– sionero, el R. P. Nicolás de Cár– menes uno de los primeros mi– sioner;s de la :oraÍi .. Sabana quien, siendo yo niño, me ens·e– ñó a rezar y a cantar a la Vir– ge~»... Reconoce que la emoción del misionero fue mayor aún «al contemplar delante de sí al anti– guo indiecito por él catequizado, a la pequeña planta por él rega– da, convertida en la flor más preciada de la Iglesia Católica». Impresiona la sensibilidad del anti– guo indio de la selva que sabe vibrar con tanta emoción y reconoce con tanta nobleza la labor de los Misio– neros. Este testimonio en sangre viva es la prueba más palpable de la eficacia de los Misioneros en la promoción hu– mana y espiritual de los indios.
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