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La realidad es ésta. La fe debe ser llevada, debe ser anunciada de viva voz, de persona a persona. La red de comunicación de la fe al principio, y normalmente también después debe ser humana. Se necesita el Misionero, es de– cir, el hombre enviado por la auto– ridad apostólica de la Iglesia, para que el mensaje divino llegue a su destino, al alma y al corazón de los hombres. Se ha dicho con una frase paradójica y eficaz: DIOS TIENE NECESIDAD DE LOS HOMBRES. Para que el misterio de amor y de salvación que procede de Dios se difunda en el mundo, se necesita el ministerio de amor y sacrificio del hombre que acepta ·1a misión, el riesgo y el honor, de comunicar ese misterio a los demás hombres, los cuales, por eso mismo, se con– vierten en hermanos. Ese hombre indispensable es EL MISIONERO. La caridad de Dios pone en movimiento la caridad del hombre, para llevar a cabo su plan histó– rico y social en el mundo. Y esta necesidad de servicio al plan divi– no no es sólo de índole práctica, histórica y exterior, como decía– mos antes. Es también interior a la verdad y a la caridad misma del Evangelio, que ha sido anun– ciado al mundo con el fin de llenar y llegar a toda la faz de la tierra. Con exigencia insoslayable nos lo recuerda el gran misionero que fue San Pablo: «Si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino , que se me impone como una nece– sidad. ¡Ay de mí si no evangeli– zo!». Por obra del misionero pasan los indígenas de hijos de la selva a ser hijos de Dios. 129 -

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