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LOS MISIONEROS Y LAS ESCUELAS EN LAS RANCHERIAS· El problema es un poco más com– plicado de lo que a primera vista pa– rece, y en más de una ocasión ha suscitado discusiones entre los mismos Misioneros: ¿LEYANTAR ESCUE– LAS EN LAS RANCHERIAS O LLEVAR LOS NIÑOS AL INTER– NADO MISIONAL. .. ? En nuestra Misión se decidió hacer una experiencia nueva. Guayo es una de las rancherías más atrasadas de es– ta zona. En ella, en vez del inter– nado clásico y tradicional, resolvimos instalar una Misión Tipo «CONVI– VENCIA», y a título de ensayo se es– tablecieron otras varias escuelas bajo esta modalidad en distintos núcleos indígenas. La experiencia de varios años no ha sido nada satisfactoria. Los indios quieren tener siempre con ellos a sus hijos, vivir todos jun– tos. Y esto aunque se vayan al monte, salgan de viaje, o se vayan de pesca. Juntos en todas las circunstancias de la vida. LOS «GOBENAJOROS» Y «GÜISIDATU» AMOS DE LOS INDIOS Por otra parte, los «Gobenajoros» y «Güisidatu» tienen una influencia casi diabólica sobre la ranchería y un dominio despótico. Cuando hablan de los indios que viven con ellos, no dicen mis compañeros, o mis amigos, sino que se expresan con la frase «ma nebu», que quiere decir «MIS HOM– BRES». Ellos son dueños y señores de los que habitan en la ranchería. Por eso no soportan que parte de sus niños y niñas vayan a educarse al in– ternado de la Misión, porque de esa manera no tendrán tanto dominio so– bre ellos. 126 Tratándose de hembras hay otra ·do de la Misión, diciéndole que si razón. Los «Güisidatu» y algunos aprendían a leer y escribir nadie les en– «Gobenajoros» andan a la caza de gañaría, me contestó con toda tran– adolescentes para hacerlas sus espo- · quilidad: «ESO NO NECESITA IN- sas, y por eso quieren tenerlas a todas DIO». en la ranchería para tener dónde es- coger. Y saben que esto no lo po– drán hacer con las que son educadas en la Misión, porque lo ordinario es que éstas se casen con los mucha– chos educados en los mismos centros misionales. El deseo de estos indios de tener siempre con ellos a los hijos, aunque en principio parece un buen detalle para fomentar el espíritu de familia, sin embargo es un inconveniente por lo que se refiere a la labor escolar en las rancherías. LA ESCUELA: «ESO NO NECESITA INDIO» Los padres dejarán a sus hijos ir a la escuela, cuando no tengan otra co– sa que hacer. Y para ello aducirán las razones más fútiles e injustificadas que pueda imaginarse: que tienen que ir al monte a buscar fruta, otros que han ido a pescar. . . Todo son excusas con tal de no ir a la escuela. Como el Misionero les exige la asistencia, de ahí viene el descontento. Eso de que los indios no quieren aprender ni incorporarse a la vida ci– vilizada, hay que entenderlo así: «Los indios quieren disfrutar, gratuitamen– te, de algunas ventajas de la vida ci– vilizada. Lo que no quieren es exigir– se y sacrificarse... » En una ocasión en que trataba de convencer a un indio para que man– dara a sus hijos a educarse al interna- LA NOCHE QUE HAY «JOAS», NO HAY NIÑOS EN LA ESCUELA Otra de las causas del fracaso de las escuelas en plena ranchería, es la práctica de las «joas» y demás bru– jerías por parte de los «piaches». Ya se ha dicho la influencia que éstos tie– nen en todos los habitantes de la ranchería. En San Francisco de Guayo se ha podido constatar que, cuando los «piaches» habían tenido sesión de brujería o sesión de «joas» en la no– che, al día siguiente era casi nula la asistencia de los niños a la escuela. Cuando los «piaches» tienen sus ac– tuaciones en la noche, se apodera de la ranchería una verdadera consterna– ción y nadie duerme. Como esto su– cede con bastante frecuencia, y hay temporadas que actúan todas las no– ches, puede suponerse el ánimo de los desganados discípulos para ir a la escuela. Por consiguiente, para garantizar la asistencia constante de los indios a la escuela, éstas deben estar instala– das en lugares apartados de las ran– cherías, en sistema de internados o al– go similar. Hay que tener una pacien– cia verdaderamente heroica y un gran sentido cristiano de la vida para llevar adelante la ingrata tarea de civilizar y cristianizar a estos indios. FR. ALVARO M. ª DE ESPINOSA Tucupita, agosto de I954
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