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cuando oímos el ruido de un ca- perdemos de vista. Nemesio va en mión ... Y es el camión de la Misión busca de ellas. Cuando regresa, en el que viene Fr. Marcos de Yu- me dice en medio castellano: una dego desde Machiques. Es él quien mula encontrar, otra meterse en nos advierte que hemos rebasado selva y yo no ver ... Lo que nos la hacienda «Panamá», donde está faltaba: una mula, con la carga, el cemento, en más de cuatro ki- que se nos pierde metida en la lómetros... espesura de la selva ... Tragando paciencia y apurando Miro el reloj y veo, estupefac- resistencia, no hay más remedio to, que son las cinco de la tarde y que regresar. Comenzamos la car- aún no hemos andado los dos ga de los sacos en las mulas. Tres primeros kilómetros de regreso a sacos por cabeza, y a la pareja sin la misión ... Es imposible seguir jinete, cuatro, en castigo de su in- adelante con todas las bestias. Op– formalidad. Pasada la una de la tamos por dejar tres en una ha– tarde iniciamos el regreso. Debo ciencia próxima, y con ellas la car– ir con los ojos en todas las bestias. ga, bajo cubierto, para protegerla Nemesio abre camino a la recua, de la lluvia. como buen conocedor de la selva y de los peligros que nos pueden asaltar. Yo cierro la caravana. En medio de los dos, todas las mulas con la carga de cemento. CAIDAS DE SACOS Y LA NOCHE ENCIMA Una de las mulas que llevaba cuatro sacos, comienza a querer aligerar el pe·so. Me lanzo dispa– rado con el caballo y, para cuando quiero llegar, ya está la carga en el suelo. Una voz para que se de– tenga Nemesio. Soltar las ataduras, volver a amarrar y colocar de nuevo los sacos que, por fortuna, no se han roto. Mientras termino esta faena, ya tenemos a otra mula con la carga entre las pata,s ... Monto en el caballo, pico espue– las, y para cuando llego ya están los sacos en el suelo ... Imposible enumerar las veces que las mulas tiraron la carga al suelo. Al pasar el río, Nemesio tiene que tirarse al agua para im– pedir que la carga caiga al agua. Mientras tanto otras dos se han adelantado a paso ligero y las 112 A medio camino se nos echa la noche encima. Apurar a las bes– tias es imposible. Están agotadas de la brega de todo el día. Ad– vierto a Nemesio que, desde aquel momento, y hasta que lleguemos a la Misión, le voy a cambiar el nombre. Le llamaré «Teti». El paso por aquella zona y que los indios oigan el nombre de Neme– sio, puede traernos algún serio disgusto, pues es muy envidiado por los otros indios. La noche avanza y ni nosotros ni las bestias, podemos caminar más aprisa. No se ve ni dónde pi– samos. Nemesio se ve obligado, a cada trecho, a encender fósfo– ros para distinguir dónde estamos, evitar las alambradas y ver por dónde sigue el sendero. OTRA MULA PERDIDA Y CON LA CARGA AL HOMBRO Son las diez de la noche oscu– ra, cuando entramos en terreno de la Misión. Cuando llegamos al Centro, nadie da señales de vida. Todos están acostados y no hay ninguno que acuda a prestarnos ayuda y a recoger las mulas. Mientras estamos descargando los sacos, una mula que estaba a la espera, para colmo de mi pa– ciencia, emprende a correr como una bruja y se interna, con la car– ga, en los potreros de la selva. Mientras busco una linterna para ir por ella, ya me ha adelantado un buen trecho. En la oscuridad de la noche llevo media hora bus– cándola, y no la encuentro. Tro– piezo con los sacos de cemento ti– rados en el suelo. Dejo por impo– sible la mula y cargo a mis hom– bros los sacos, a fin de evitar se estropeen con la humedad y la llu– via que amenaza ... Después de esta amarga expe– riencia de transporte mular, tuvi– mos que desistir de estos viajes para el traslado del cemento. Ha– bía que construir un camino ancho para la carreta de bueyes, e in– cluso para que el camión pudiera llegar hasta la Misión. EL SUEÑO DE UNA CARRETERA Esta es una pequeña muestra del esfuerzo realizado por los Mi– sioneros en la construcción de los edificios misionales del Tukuko, y de las aventuras del traslado de los materiales. No queremos que estas peripe– cias caigan en el olvido. Cuando, con el tiempo, la carretera llegue · hasta la misma Misión, serán muy pocos los que sepan apreciar los demasiados sinsabores y los sacri– ficios soportados por aquellos que tuvimos que hacer frente a la cons– trucción de estos edificios mi– sionales. FR. JUAN EVANGELISTA DE REYERO. El Tukuko, 1951.
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