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~- _, -- -· La pequeña trocha india, estrecha y tortuosa, que cubría los ocho kiló– metros que separaban el Tukuko de la hacienda más próxima, la fuimos ensanchando para que pudieran ca– minar «Morrocoy» y «Pimienta», las dos mulas de carga de que disponía– mos por entonces. Así traficando, con mulas y caba– llos, por entre la selva espesa y fan– gosa, cayéndonos y levántandonos Misioneros y bestias trabajamos du– rante más de un año. Sólo Dios sabe las tragedias que pasamos. Por la cercanía de los temibles Mo– tilones, siempre nos fue difícil el con– seguir trabajadores que quisieran ve– nir aquí. Y los pocos que conseguía– mos, se nos iban muy pronto, por te– mor a las flechas motilonas. Por eso, con harta frecuencia, nos hemos vis: to obligados los Misioneros hasta ha– cer de arrieros. EL MISIONERO CON LA ALBARDA A CUESTAS Testigo y protagonista de una de estas peripecias fue el P. Clemente de Viduerna. Tuvo que salir un día en busca de una carga de provisiones. Iba mon– tado en un caballo y llevaba por de– lante una mula. Cargó la mercancía en la mula, y montado en su caballo inició el regreso a la Misión. En el paso de un riachuelo con 110 Primer carro de bueyes llegado a la misión del Tukuko. mucho barro, se le cae la mula con toda la carga. Allí tuvo que desatarla y volverla a cargar. Cuando la tuvo lista, la echa por delante. Mientras va a coger su caballo, la mula se marcha por un sendero de indios sel– va adentro, hacia la sierra, sin que el Padre lo advierta. El P. Clemente sigue caminan– do tan tranquilo en su caballo. Al no ver las pisadas de la mula por nin– guna parte, tiene que regresar un buen trecho en busca de ella. Cuando, al fin, la encuentra, la mula estaba sin la carga, pues la había perdido en la espesura de la selva. Para remate de males, al ver al Padre la mula se espantó, arremetió ·~ a correr y el Padre no la pudo co- ger. Allí tuvo que dejar la mula y la carga, para ir a recogerlo al día si– guiente, porque estaba entrando la noche. Pero mientras el P. Clemente bus– caba a la mula y trataba de cogerla, el caballo se cansó de esperar y ha– bía emprendido el camino hacia la Misión. Así, de esta manera, el Padre Clemente se encontró sin mula, sin caballo con la carga en el suelo y con la noche que se le echaba encima. Alumbrándose con una pequeña linterna, el P. Clemente emprende el camino, a patita, hacia la Misión. En el suelo tropezó con la silla y las al– forjas que el caballo había tirado al suelo. El Padre echa sobre sus costi– llas los aperos del caballo y, empapa- YA TENEMOS CAMINO PARA CARRO DE BUEYES do en agua por el chaparrón que es– taba cayendo, llegó a la Misión del Tukuko bien entrada la noche. POR FIN, ¡EL CARRO DE BUEYES! El P. Clemente supo encajar, con buen humor -¡qué remedio!- el percance del viaje. Al verlo entrar de aquella manera en nuestra choza mi– sional, yo, que estaba aplastado por las fiebres palúdicas, temblando más que un pollo mojado, me levanté para atenderlo lo mejor que pude y como Dios me dio a entender. Desde entonces, con una pequeña ayuda económica que habíamos reci– bido de una señora de Maracaibo,de– cidimos arreglar el camino para que pudiera entrar el carro de bueyes. Este trabajo nos llevó varios meses de esfuerzo agotador. Cuando ya nos faltaba muy poco para que el camino llegara al Centro Misional, los indios nos flecharon a cuatro trabajadores. Con este percan– ce se nos marcharon todos los traba– jadores sin terminar la construcción del camino. Tuvimos que esperar otros tres me– ses hasta, que finalizado el dichoso camino, el carro de bueyes llegó por primera vez a esta Misión del Tuku– ko, el 6 de febrero de 1948. FR. PRIMITIVO DE NOGAREJAS.

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