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Ahora sí estamos en condiciones, asegurada la base de alimentación, para comenzar a construir los edifi– cios misionales y para establecer fa– milias indígenas en nuestra cercanía. Los indios, durante estos dos años, nos han visto predicarles el Evan– gelio del trabajo, de la higiene, de la disciplina y de la organización ma– terial. Esta debe ser la base para una organización espiritual y cristiana. ENTREVISTA CON PIONERO EN LA SELVA «INASEQUIBLE AL DESALIENTO» El P. Cesáreo de Armellada fue quien emprendió la difícil y arriesgada empresa de ser pionero en la Sierra de Perijá para la fundación del Centro Misional de « Los Angeles del Tu– kuko». Cuando esta Misión era un punto más en la selva de Venezuela, un lu– gar más en el mapa donde viven los indios, un claro en la espesura de la selva virgen y una avanzada del Evan– gelio y de la civilización en la extensa tierra venezolana, le preguntamos: ¿UN NOMBRE TAN SOLEMNE PARA... TAN POCA COSA... ? -Padre Cesáreo, mucha gente se pregunta por qué han dado un nom– bre tan pomposo a un lugar tan míni– mo en la selva. -Monseñor Angel Turrado More– no, Vicario Apostólico de esta Misión, les sabría responder mejor que yo. Pero no creo equivocarme si supongo que la imposición de este nombre la hizo él en recuerdo del suyo y como invocación a sus tocayos celestiales. -Por otra parte, es un nombre significativo en la historia francisca– na y en la historia de las Misiones. -Evidente: recordemos solamente, por brevedad, el nombre de Santa María de los Angeles en Asís, cuna de la Orden Franciscana, y «Los An– geles de California», fundación mi– sional de Fray Junípero Serra. -¿Es cierto, P. Cesáreo, que al– gunas personas le han sugerido que a ese lugar debían haberle puesto por nombre «los demonios» ... ? ¿Por , ? que.. . . -Sin duda porque estaban aterra– dos por la mala fama de que gozaban los indios moradores de esta zona del Tukuko . Además, si estos indios son malhechores, lo son por ignorancia o por abusos que con ellos se come– ten. Si para muchos son «demonios», los Misioneros nos proponemos que lleguen a ser ángeles. -Padre, ciertos sectores de la so– ciedad bien situada, que se dicen civi– lizados, se preguntan cómo teniendo zonas de sabanas limpias y climas más agradales -Macoa, Apón, Rionegro, Yasa- se han tenido que ir a meter en ese infierno de la selva y entre los indios de peor índole ... -Todos esos lugares que enume– ran, es verdad, tienen un clima más agradable y son mejores los indios. Pero en esas zonas no hay terrenos planos suficientes para organizar a gran escala la agricultura ni la gana– dería. En esas zonas de la Sierra de Perijá a que aluden, los indios han sido despojados de las tierras planas, y los han acorralado en los picachos más abruptos. Sí, allí los han dejado algo más tranquilos porque nunca se podrán agrupar en caseríos. Cada familia ha tenido que ir a refugiarse en un pi– cacho de la sierra o en la cresta de una montaña... Allí jamás podrán beneficiarse de las ventajas de la ver– dadera civilización y de la auténtica cultura. Además, como pioneros que so– mos, debemos dar ejemplo de avan– zada y riesgo a los cómodos y a los miedosos. Tenemos que servir de piedra de choque entre indios y crio– llos. Y sobre todo nos debemos cons– tituir en punta de lanza para la pene– tración pacífica hacia los tan temidos y aguerridos indios MOTILONES. NI AVENTURA FACIL, NI PASEO DE TURISMO -Esto, P. Cesáreo, para que se en– teren los que piensan que la vida del Misionero es una fácil aventura o un paseo de turismo. -Por sólo esto., que apenas hemos esbozado, pueden comprender que no hemos venido a vivir en Jauja ni a chupar una caña dulce. Estamos pasando toda clase de trabajos: estre– chez e incomodidad de alojamiento en nuestras tiendas misionales de lona. Estamos faltos de provisiones. Esta– mos siendo acosados continuamente por las fiebres. Tenemos adornados nuestros cuerpos por las continuas y desesperantes picadas de las plagas de mosquitos y garrapatas. Tenemos que sufrir y soportar las altanerías e incomprensiones de los mismos indios a quienes tratamos de ayudar, civili– zar y cristianizar. Se ceban en nos– otros, en nuestra vida y nuestra ac– ción, las maledicencias, las calumnias y las difamaciones de aquellos que, a lo peor, se dicen civilizados y cris– tianos ... -Entonces, ¿qué les queda, P. Cesáreo, que les pueda servir de estí– mulo y satisfacción en este drama mi- • ? s10nero.... -No nos falta el cariño de algunos indios y el aprecio de un grupo de los mejores y más sensatos criollos. Y lo que está por encima de todo y de todos: tenemos en nosotros mismos un surtidor de fe y una fuente que mana entusiasmo y optimismo. ¡Aun– que estemos en la oscura selva y sea de noche ... ! 109 •

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