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UN HEROE DEL FOMENTO DE LA GANADERIA EN LA GRAN SABANA VIAJES AL BRASIL, PENOSOS Y ARRIESGADOS «Durante mi larga permanencia en la Gran Sabana hice frecuentes viajes al Brasil, con obje– to de traer ganado y provisiones para la Misión de Santa Elena y de Luepa. De la parte de Vene– zuela, por lo inaccesible de las vías de comuni– cación, no podiamos proveernos de las cosas ne– cesarias. En estos viajes, largos, penosos y arries– gados, pasé muchos trabajos y penalidades, y me ocurrieron aventuras, peligros y percances de todo género, que me sería imposible referir por exten– so. Haré, de los principales, un breve y sencillo relato. En el año 1934 hice tres viajes al Brasil, acom– pañado de cuatro indios. Llevábamos una recua de nueve mulas de carga. Cada viaje, si no había percances especiales de enfermedades, veniamos tardando de diecisiete a veinte días. En uno de estos viajes traje los dos primeros burros que llega– ron a esta zona. Fueron la atracción y el aconteci– miento para los indios, pues jamás habían visto animales con orejas tan grandes. ENFERMO, Y POR SANATORIO UNA CUEVA EN LA ROCA El año 1935 fue un año de abundantes peripe– cias en estos viajes. En uno de ellos, a los pocos dias de haber emprendido la penosa marcha, me siento atacado por las fiebres . En aquella ocasión me atacaron dura y persistentemente. Eran fiebres malignas. Y a todo esto, sin tener a mano médi– cos, ni medicinas, ni lugar donde hospitalizarme. En los tres días en que me abrasaron, no tuve más remedio y solución que refugiarme debajo de una roca que cubría una cueva. Al fin y al cabo esta roca me cubría en caso de lluvia. A los tres dias en que las fiebres me aflojaron, me puse un poco mejor y pudimos reanudar el viaje. SE ENFERMA EL INDIO QUE ME ACOMPAÑABA Pero para colmo de males, se me enferma el in– dio que me acompañaba. Es atacado por un fortí– simo dolor en una pierna que le impedía andar y cabalgar. Nos retrasamos varios días pues en mu– chos trechos, cuando más le daba el dolor, tenía que cargarle sobre mis hombros para poder avan– zar algo. Las noches nos veíamos obligados a pasarlas en pleno campo o selva y al sereno. Dormíamos arrullados por el roznido de los tigres que mero– deaban en aquella zona. Cinco fueron los viajes que tuve que hacer este año al Brasil para traer ganado y provisiones. En uno de ellos traje un reloj de pared que fue una verdadera intriga para los indios. Al dar las cam– panadas de las horas, los indios quedaban bo– quiabiertos y mirando al reloj por todos los l,idos, buscando quién estaba dentro tocando las cam– panas. ARRASTRADO POR EL RIO AL BORDE DE UNA CASCADA En uno de los viajes al Brasil en 1937, nos pilló en plena época .de lluvias. Los ríos habían crecido extraordinariamente, y no teníamos más remedio que pasarlos a nado, porque no había puentes de ninguna clase. Al pasar el río Miá montado en un macho, la corriente impetuosa nos arrastró a los dos más de cien metros río abajo. Menos mal que unos brasileños que nos vieron en aquel peligro acudieron en nuestra ayuda. Al macho le sacaron medio muerto, y a mí lograron cogerme cuando la corriente me llevaba muy cerca de una cascada, donde estuve a punto de precipitarme y dar el sal– to mortal con todo mi cuerpo. Aquel día sí creí que era el final de mi vida. CON LA PISTOLA AL PECHO: ¡NO SE MUEVA, QUE LO MATO! En 1938 fueron tres los viajes realizados al Bra– sil. El último de ellos, que duró desde el 22 de mar– zo hasta el 18 de mayo, fue para transportar se 0 tenta y cinco reses vacunas y doce bestias cargadas con bastimento, provisiones y mercancías. Al llegar al río Surumú, en el Brasil, de entre la selva de la orilla, me sale al encuentro un hombre ya de edad. Se acerca a mí con un gesto raro y sa– cando un revólver me lo pone al pecho y me dice: -«No se mueva, que lo mato »-. «Devuélvase a Venezuela». Comenzó a insultarme con toda las palabrotas y frases gruesas y ofensivas que tenía en el reper– torio de su vocabulario. Yo, que tantas veces en la selva me había tenido que enfrentar a los tigres y les había matado, me mordí el genio fuerte de mi temperamento ante aquella bestia humana, y no le contesté ni una sola palabra. Cuando terminó su sarta de improperios e insultos, le dije con toda la amabilidad de que fui capaz: -¿Ya acabó de hablar, buen amigo ... ? Pues ahora vamos a tomar un café, que mis compañeros me están esperando. Esta salida mía le dejó tan desconcertado que, con cara de asombro y retirando la pistola de mi pecho, aceptó mi invitación como un balón que se desinfla. Despu•és me contó que estaba muy dis– gustado con los venezolanos porque les habían ex– pulsado de unas minas de la Gran Sabana donde estaban trabajando varios brasileños. Yo era el pri– mer venezolano que pasaba por allí después del percance de su expulsión, y conmigo quería ven– garse. Al poco rato, pesaroso y arrepentido de su bra– buconería, me preguntó: -Y usted, Padre, ¿no tenía miedo cuando le puse la pistola al pecho... ? -¡ No! -le contesté-. Ando preparado para todo evento. Lo único que me preocupaba eran mis compañeros los indios, que estaban pálidos de susto, al presenciar aquella inesperada escena. Desde entonces nos hicimos grandes amigos, y siempre que n9s encontrábamos en el Brasil, todo apesadumbrado, me pedía perdón por la fechoría que me había hecho . CERCADOS POR LA INUNDACIÓN El 15 de noviembre de 1939, partía nuevamente para el Brasil, acompañado de Rafael Nistal y Gabriel Contreras, dos muchachos del Internado de la Misión . Compramos ¡mil trescientas noventa y tres reses! y cincuenta y seis caballos para la Mi– sión de Luepa. Tuvimos que hacer ocho viajes al Brasil para trasladar -el ganado en lotes de ciento setenta reses, durante jornadas interminables, arries– gadas y peligrosas en todos los sentidos. Lo más temible de estos viajes era tener que atravesar tantos ríos con tanto ganado. Siempre perdíamos varias reses que se nos ahogaban. En uno de estos viajes, de Santa Elena a Luepa, el río Kukenán se había desbordado y nos tuvo cercados, a nosotros y al ganado, por espacio de ocho días . Nosotros tuvimos que escalar y abrir camino a través de unos cerros para salir del cer– co del agua. Las reses, cuando bajó la crecida, tu– vieron que nadar más de un kilómetro . Se nos agotaron las provisiones. Uno de los in– dios se me enfermó de pulmonía... No sabíamos qué partido tomar. .. Hasta que, por fin, llegó el P. Eulogio de Villarin con varios indios y un criollo en nuestro auxilio. Con la pérdida de varias reses llegamos, sanos y salvos, a la Misión de Luepa. Relato DE FR. PATRICIO DE MOLINA ... y a recoger la cosecha. El carro está íntegramente fabricado por los misioneros. Primeras aves de corral de la Gran Sabana llevadas por los misioneros. •

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