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nando en Portugal, por los asuntos anteriormente referidos, siempre deseoso de reintegrarse a su convento a causa de las críticas circuns– tancias por que atravesaba España. De lo cual se infiere que el Siervo de Dios estuvo en todo momento dispuesto a aceptar y llevar los acon– tecimientos tal como el Señor los fuera permitiendo, y que indudable– mente tuvo el íntimo presentimiento de que iba a ocurrir el tremendo desastre que muy pronto vino. Cuando se iniciaron los gravísimos sucesos en esta etapa residía el Padre Fernando en el convento de Jesús de Medinaceli de Madrid, y ya el 20 de julio de 1936, realizado el Levantamiento Nacional de Liberación , como los demás religiosos , tuvo que abandonar la pacífica morada, refugiándose en casa de una devotísima señora, de antemano buscada , en la calle de Lagasca, llamada la caritativa señora doña Carmen Casado, insigne bienhechora de la Orden Capuchina. En aquel refugio de paz se reunieron con el Padre Fernando el hermano fray Roberto de Erandio y un aspirante a capuchino. Desde ti mome·nto de su llegada estableció el Siervo de Dios una vida casi conventual, bajo un reglamento acomodado a las circunstancias, pero sin omitir nada de cuanto se practicaba en el convento, excepción hecha de la Santa Misa, que el siervo de Dios, bien a pesar suyo, no podía celebrar por carecer de todo para el Santo Sacrificio. A este propósito nos refiere el hermano Roberto lo siguiente: "Después de muchos rodeos y de no pocas precauciones, pude llegar a la calle de Lagasca. Me recibieron con mucha caridad, sobre todo el Padre Fernando; con él estaba el aspirante llamado Teófilo. Al otro día de la llegada ya teníamos hecho el plan de vida. El horario, parecido al del convento, pero más tiempo de oración mental y de lectura espiritual. Las pláticas. del padre Fernando eran sobre la bon– dad de Dios y de su misericordia con las almas. Recuerdo, y no lo olvidaré mientras viva, las sublimes comparaciones y ejemplos que nos ponía. El edificaba a todos por su buen ejemplo y por su caridad. El santo Rosaría y el Víacrucis los hacíamos con la señora de la casa y las muchachas de servicio." Seguimos el relato de fray Roberto de Erandio. "Nosotros creía– mos. que nadie nos había visto entrar en la casa. Pero un día al venir - 76 -

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