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había sido y realizado antes de su ingreso en la Orden, ni manifestó jamás el bienestar y significación social de su acomodada familia; de cuanto podía resultar para él honroso guardó siempre el más absoluto silencio, tanto entre propios como entre extraños. Dechado de virtudes cristianas y religiosas, fue el siervo de Dios. Su caridad encontró campo adecuado en la iglesia de Jesús de Medi– naceli, por la concurre·ncia de fieles que, devotos, acudían a adorar la sagrada imagen, dedicando el Padre Fernando largas horas al confe– sonario, especialmente el trienio en que desempeñó el cargo de Vicario del convento y estuvo libre del de Secretario Provincial. Y realmente era un confesor dotado de amabilidad y dulzura y paciencia verdade– ramente evangélicas. Jamás se le vio airado, malhumorado ni se le oyó pronunciar palabras menos compuestas de crítica o murmuración o hirientes. En cuanto a enjuiciar a otros, su caridad era admirable, aun cuando se tratase de defectos. En todo momento tenía la palabra oportuna para disimularlos, si podía , y para, en todo caso, atenuarlos . Siempre se le vio sereno, ecuánime , condescendiente, abnegado para servir a los demás, hasta el extremo que hubiera podido parecer indi– ferente o apático. Un religioso que convivió con él alrededor de diez años da el si– guiente testimonio: "Diez años conviví con el Padre Fernando en el convento de Jesús; nunca le vi de mal humor, a pesar del mucho trabajo que pesaba sobre él y de las importunidades que tenía que sufrir; todo lo llevaba con gran paciencia. Sucedía a veces que regre– saba del altar después de haber celebrado devotamente la Santa Misa ; le esperaban en la sacristía varias personas para hacerle alguna con– sulta o para confesarse, lo cual acontecía con harta frecuencia. El Padre siempre respondía sonriente: "Sí, sí; ahora mismo les atiendo"." Por el trato amable sobremanera, por el comportamiento habitual, por el modo de proceder, parecía el siervo de todos , tanto de los de dentro como de los de fuera del convento. Frecuentemente salía el último del confesonario a las horas en que la Comunidad ya se en– contraba en el comedor; el Padre se servía él solo y nu·nca pidió nada; al contrario, cuando se le preguntaba si le faltaba algo, con la sonrisa en los labios, tranquilamente, respondía: "No, carísimo; no - 65 -
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