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gresaba don Leandro de veraneo con su señora, doña Marina Varela Feijóo de Olmedo, su hija María del Carmen y el pequeño Leandro, más las dos muchachas de servicio. Como doña Marina llevaba en la mano una jarrita de leche para el niño, co·n el fin de que no se la derramara en una curva de carretera, la cogió su marido, soltando el volante, con tan mala suerte que el vehículo salió de la carretera y, ciando tres vueltas ele campana, se estrelló contra un árbol, saliendo despedida ilesa la ·niña María del Carmen; también pudieron salir sin daño alguno las dos muchachas, sacando al niño Leandro. Al padre (Leanclro) le seccionó la yugular el parabrisas, clavándosele el volante en el pecho, quedando, al parecer, instantáneame·nte muerto. Como entonces pasaban por aquellos parajes pocos autos, la pobre doña Marina permaneció más de dos horas debajo del vehículo, has– ta que algunas personas pudieron cortar el árbol, saliendo ella ensan– grentada con la sangre de su fallecido esposo. Cinco meses después del doloroso accidente vino al mundo el hijo póstumo, Carlos, con toda felicidad para él y para la pobre madre. El padre Fernando lloró amargamente la muerte de su hermano , como lo manifiesta en varias cartas dirigidas a la familia atribulada. "Roma, 24 de septiembre de 1916.-Mi queridísima madre y her– manos: Con inmenso dolor acabo de entera:rme del fallecimiento del pobre Leandro (q . e. p. d.). Han esperado para decírmelo el momento en que estaba dando gracias después de la Santa Misa , y ciertamente no pudieron buscar momento más opo1tu110 para atenuar la terrible impresión. El telegrama, con su desesperante laconismo, no da deta– lles que en estos momentos ansía el corazón del que ama; pero espero que mis hermanos se habrán apresurado a comunicármelo por carta, y a enviarme en sobre cerrado los recortes de periódicos en que ha– blen del desgracio.do accidente. En casos como éste se siente uno tentado a maldecir esos chismes modernos, que no parecen inventados sino para abreviar la vida, ya baJ1tante breve; pero la reflexión debe venir sobre nosotros; aun en los accidentes que más casuales parecen, hay que ver la mano de Dios, sin cuyo permiso no cae la hoja del árbol. Sí, Leandro ha muerto -48-

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