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El 1 de enero de 1903 escribe a su padre, y alegremente le dice: "Por lo que veo, la Conferencia aumenta en socios y recursos, y pido al Señor que aumente también en caridad y en celo de las almas, que son el espíritu, el calor y la vida de esas sociedades, y sin los cuales nada valen los recursos materiales." ("Epistolario orientador", pá– gina 100.) Los socios activos de la Conferencia escribieron a Fernando el 5 de abril de 1903 una carta en términos sumamente agradecidos por )o que él había trabajado en la Conferencia. A ellos responde lo si– guie·nte, por medio de su hermano Mariano: "He recibido una carta cariñosísima de mis antiguos hermanos y compañeros de Conferencia, y mientras no pueda corresponder debidame111te a su atención, hazme el favor de manifestarles por medio de Ruza mi agradecimiento." ("Epistolario orientador", pág. 106.) Escribiendo a su herma·no Leandro el 1 de octubre de 1903, 1e pregunta por la Conferencia en los términos siguientes: "¿Qué tal la Con,ferencia? Es de suponer que continúes haciendo progresos en el amor de Dios y del prójimo." ("Epistolario orie'ntador", pág. 116.) Don Fernando Olmedo Ortega, padre de Fernando, murió el 2 de octubre de 1903. Por lo mismo ya éste no pudo dirigirle más cartas sobre la Conferencia a aquél. Pero por eso no deja de aconsejar la caridad a sus hermanos. Desde Roma escribe el 28 de septiembre a rn hermana Rosario la siguiente jugosísima carta: " ... En esa ciudad (Po·ntevedra) lwy mucho que hacer, mucho bien que practicar, muchas obras de misericordia corporales y espiritual/es en que ejercitarse; y entregarse e, esas dulces ocupaciones es la felicidad más grande ele la vida, es cooperar a la obra de Jesucristo y dar alegría a los ángeles del cielo. Hoy todos debemos ser apóstoles, y la, misión de la mujer es en este sentido la: más importante. Creo que este apostolado de la ce.rielad es mucho más importante todavía en esa ciudad que el es– plendor del culto divino, en el que tan fácilmente toma parte el amor propio de Congregación o de vanidad individual. ¡Qué dulce placer es ayudar a Dios a salvar almas que coniinua– mente se pierden! ¡Qué responsabilidad la nuestra si por demasiado - 27 -
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