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féretros, hasta llegar al que le correspondía ser; pero al levantar la tapa de éste apareció un cadáver ya descompuesto, que yo rechacé en el acto como no perteneciente a mi hermano. Entonces fue descu– bierto el féretro anterior, fuera ya de la fosa, y allí estaba el que bus– cábamos, incorrupto y perfectamente conservado, vestido con el mis– mo traje que se vistió cuando salió de Pontevedra para Madrid el año de 1931 , sin que diera lugar a dudas. Su expresión era la misma que tienen las fotografías tomadas en el Depósito Judicial cuando Je mataron; tenía la mano derecha sobre el pecho, y en su anverso se notaba una ma·ncha roja, en la que, creyéndola de sangre, he tocado con mi pañuelo, saliendo éste manchado y conservándola como pre– ciosa reliquia. Su cuerpo estaba completamente rígido , y entre mi hijo Rafael y yo , uno por los pies y otro por la cabeza, lo sacamos de la caja pro– visional en que se hallaba, y lo colocamos en otra definitiva y decorosa que los Padres Capuchinos tenían preparada al efecto. Nuestro primer intento al descubrir el verdadero cadáver del Pa– dre Fernando fue recoger algunas reliquias, como trozos de ropa que llevaba puesta, pero el agente de Policía que estaba presente lo prohi– bió terminantemente, y sólo pudimos obtener, en un descuido de aquél, unos cortes de cabello que tambi én conservo como inapreciable recuerdo. El traslado de los restos del Padre Fernando y el de sus compañe– ros mártires fue apoteósico y altamente impresionante, sobre todo para mí, cuando con el féretro a hombros, entre un pariente y un rmigo y mi hijo Rafael y yo, oímos grandes murmullos y las aclama– ciones de los fieles que llenaban totalmente la iglesi a, exclamando: "¡El Padre Fernando ; el Padre Fernando, el Santo! ", al ver la car– tela que llevaba a la cabecera y que iba hacia adelante. Los funerales fueron solemnísimos. Por el parentesco que yo tenía con uno de los mártires, me reservaron lugar destacado en la presi– dencia. Pronunció la oración fúnebre , muy conmovido y elocuente, el padre Sixto de Pesquera, resaltando las virtudes de todos los com– pañeros mártires y las del padre Fernando, con quien estuvo la vís– pera de su detención. -82-

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