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NAVARRA EN EL TEATRO DE TIRSO DE MOLINA traición. Entran con las espadas desnudas y a poco salen con el conde malheri- do. Cuando los ejecutores de la orden real se alejan, «sale doña Blanca, Infanta de Navarra, muy gallarda, de caza» (23b). Observa las gotas de sangre que matizan el campo y escucha unos ayes lastimeros. Sorprendida repara en el mancebo herido y titubea (24a): Quiero llegar... No es acción de mi calidad.. La Reina de Catay ¿no curó un moro de más desiguales prendas? Si Blanca, Infanta de Navarra, tiene que aparecer de cazadora muy gallarda, a tono con su presencia están sus palabras en esta escena llena de lirismo. El recuerdo moroso de Angélica y Medoro florecerá más tarde de nuevo. En un dedo del malherido conde descubre Blanca un anillo, el que le pusieron sus agresores antes de dejarlo tendido en el suelo. En la sortija se lee: «Quien habló, pagó», de donde saca Blanca que aquello obedece a una venganza. Como en el romance de Góngora, un villano penetra el monte, deja la yegua atada; un villano que vive allí cerca en una choza, remedo del pastoral albergue. A Sancho, el villano, entrega Blanca la sortija y una cadena como premio de los cuidados que ella espera que preste al herido. Intimidado por la leyenda del anillo, promete guardar su lengua y se retira con el conde sobre su yegua, como quería la cazadora compasiva. Blanca se va por otra parte. Y así acaba la jornada primera. Al comienzo de la segunda hallamos a Blanca fuera de sí en palacio. La acompaña Estela, su dama, a la que va descubriendo la causa de su extraña melancolía (26a): no puede apartar el pensamiento del encuentro venatorio. Para distraerla Estela saca un libro, el mejor de Italia, Ariosto. Dice Blanca (27a): Vuélvete, Estela, ¡ay de mí! que aumentarán mi dolor las heridas de Medoro y la piedad de la bella: tal es mi pena. Crece el lirismo de la escena cuando pide que canten algo y, al son de una guitarra, cantan dentro una veintena de versos entresacados del famoso roman- ce de Góngora: En un pastoral albergue, que la guerra entre unos robles... Mientras, «ha estado llorando la Infanta y escuchando a veces» (27b). Muy oportuno sale «Teobaldo, rey de Navarra, muygalán, y haya estado escuchan- do». Blanca accede a acompañar a su hermano al campo: también él siente un profundo pesar que le manifiesta a Blanca (28a): Ya tomé resolución en lo que pide Aragón. Venció mi noble verdad [23] 153

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