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El pueblo mezcla la práctica piadosa con la supersticiosa, haciendo de ambas una sola. Así en Sumbilla, para curar estos zingirios toman tres rami- tas que se envuelven en el rosario, cuidando que la cruz quede encima. Dicha la bendición, se echan al fuego las tres ramitas, aplicando el humo a la parte dolorida. Con más o menos variantes, con fórmulas más o menos largas, el pro- cedimiento para curar ( o hacer que curan) estas dolencias determinadas es siempre el mismo. Nos hacen sonreir ciertos ritos sagrados, digámoslo así, usados en casos parecidos. Para curar el Inguruko mine o panadizo, cuando se encona el dedo, usan de un procedimiento peregrino. A esta dolencia la llaman urak eta suak artua; cogido por el agua y el fuego. Se echa agua en un puchero. Esta agua se vierte en una vasija. Den- tro de ésta se pone boca abajo el puchero y encima de éste un peine; enci- ma, dos ramos de laurel en forma de cruz, y encima de esto unas tijeras abiertas, en forma de cruz; y sobre ello la parte dañada. Si la enfermedad es de las denominadas urak eta suak artua, toda el agua entra dentro del puchero, que, como hemos dicho, está boca abajo, y queda recogida en él. Os reiréis de estas ceremonias, como me reía yo al capiarlas de mi comunicante, María Cruz Mendiberri, de Lecaroz. Esta me aseguraba haber hecho la ceremonia el día primero de noviembre de 1917 con un hijo de la casa Dutxueketa, de Lecaroz; y que curó. ¿Le daremos crédito? ¿Daría- mos fe también a aquel buen casero baztanés, de más de 80 años, que me aseguraba muy formal haber él oído una vez a media noche los ladridos de los perros de Salomón? Os he hablado antes del ingume, la pesadilla, que es la preocupación de nuestros caseros al ir a acostarse. Para éstos el tngume es una especie de animal, suave, de mucho peso, que se desliza por el pecho apretándolo. Para tales casos hay oraciones, que os he leído antes. Pero ni vosotros ni yo hemos visto jamás ese animal sedoso. En cambio, Francisco Garbisu, el amo de la casa Laurnaga, de Irurita (Baztán), aseguraba muy serio haber lugrado coger una vez a ese animal. Le comenzó a subir por las piernas y por el cuerpo, hasta la garganta. Dicen que, si llega hasta ese punto, hace mucho daño. Es preciso cogerlo antes. Lo hizo él así, y consiguió atra- parlo. Lo rompió en dos pedazos, que echó debajo de la cama. Dice que era una cosa blanda y de tamaño regular. No debe encenderse la luz si se llega a cogerlo. Cuando a la mañana siguiente fue a ver el Ingume, no lo halló. En mis pesquisas folklóricas he visto que algunas veces los curande- ros populares muestran resistencia a revelar sus secretos profesionales. No

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