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P. JosÉ ANTONIO DE DONOSTIA aquella otra que en euskera comienza Pater noster txikia, usada asimismo en Gascuña, según se lee en el libro de la colección Sebillot dedicado a dicha región francesa. Muchas veces la trasmisión oral de las oraciones populares ha sido co- rrecta y fiel, y el sentido de las mismas aparece, por consiguiente, claro. Pero abundan los casos en que la interpretación depara al traductor un ver- dadero rompecabezas. La mala memoria de los recitantes ha ido relegando al olvido algunas partes o frases de las fórmulas, o trastocando pensamientos; y uno queda desconcertado, no sabiendo cómo traducir ciertas oraciones. Recuerdo en particular los recitados de la madre de un sacerdote de Ulzama (Navarra), ejemplo tfpico de 10 que acabo de decir. Es indudable que algunas de las orsciones de que os voy a hablar pro- ceden de la Liturgia, es decir, son traducciones de las usadas por la Iglesia. Tal acontece con el Domine non sum dignas. Pero de otras no vemos corres- pondencia en los libros litúrgicos. Prácticas como la de saludarse en la iglesia al último Evangelio, son modelos de civilidad religiosa, que parecen provenir de otras similares usadas en monasterios y conventos. De algunas oraciones cabe suponer hayan nacido de labios de gente sen- cilla y piadosa, que vive lejos de la iglesia y baja al pueblo cada ocho días por oír misa. Diríase que son el viático de quienes, temerosos de verse pri- vados de los auxilios espirituales a causa de la distancia, tratan de suplir la falta con el único medio a su alcance, que es el dirigir su corazón a Dios en la soledad de sus montañas. Es relativamente frecuente la oración pidiendo una noche tranquila, sin pesadillas ni fantasmas: el ingame hace su aparición en labios de nuestros aldeanos como una especie de animal sedoso, que oprime al durmiente. Mas no quiero dilatarme en consideraciones de orden general, por en- trar cuanto antes de lleno en la exposición de nuestras fórmulas populares. Comencemos por las que hoy se emplean en la iglesia. Al entrar varios en ella, de cada uno al siguiente el agua bendita, di- ciéndole: Aingiruek zerbitze zaitela. j que los ángeles te sirvan; Y quien la recibe, responde: Zeruen akonpaña gaitzetela. / que nos acompañen en el cielo.

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