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84 S alvador R os y C alaf vida para que vivan; para otros olor de muerte para que mueran. Si no hubiera venido y le hubiese predicado, dice Jesucristo, no serían culpables, pero ahora no tienen excusa de su pecado. Alabaremos a Dios en los siglos de los siglos.” “El nombre de Nuestro Señor Jesucristo ha sido anunciado ante el gober- nador y sus sabios, y por medio de intérprete, hemos confesado y probado con sólidas razones que nadie puede salvarse si no siguiendo a Nuestro Señor Jesucristo.” “A Dios sólo, al solo Rey de los siglos inmortal e invisible, sea dado todo honor y toda gloria a los siglos de los siglos Amen. Dios os asista.” Durante los ocho días que estuvieron encarcelados, y en los cuales tuvieron lugar las vistas a que alude el último párrafo de la hermosa carta transcrita fueron tentados y probados con toda clase de amenazas y promesas según la práctica constante de los tribunales romanos y mahometanos en las causas de esta índole. Nada pudo quebrantar su ánimo, y viéndolos Arbaldo firmes en la fe cris- tiana como en el primer día, creyó inútil probar por más tiempo su constan- cia y los condenó a muerte. Al lugar del suplicio fueron conducidos desnu- dos, los brazos cruzados y atados por la espalda y precedidos del pregonero que a son de trompeta, publicaba la sentencia y la causa de la misma, y lle- gados al lugar destinado para su ejecución fueron decapitados. Los maho- metanos se ensañaron en los cuerpos de los ilustres confesores de Jesucristo. Machacaron sus cabezas y arrastraron sus cuerpos por las calles con el mayor escarnio e inhumanidad. Los cristianos recogieron los restos mortales de los bienaventurados márti- res que pudieron encontrar, y les dieron honrosa sepultura en la alhóndiga de los mercaderes marselleses. Transcurrido algún tiempo (que no puede precisar- se) fueron exhumados y trasladados a la misma iglesia que tenían los cristianos en su barrio, conocida, como se ha dicho, con el nombre de Santa María de Marruecos por ser Ceuta una ciudad del imperio marroquí, no por estar en la ciudad de Marruecos. Esta última sepultura de los santos mártires Dios la hizo gloriosa por el gran número de milagros con que la honró y de los cuales fueron testigos tan- to los mahometanos como los cristianos, disponiéndolo así el Señor para que a unos y a otros fuese notoria la gloria eterna de aquellos mismos que habían visto decapitar y arrastrar por las calles con tanta ignominia y a su vista los cristianos se afirmaron en la fe, y los mahometanos conociesen sus errores y los abandonaran.
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