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83 Historia eclesiástica y civil de la célebre ciudad de Ceuta por la fe católica fue el día 10 de octubre del mismo año en que llegaron, sea 10 de octubre de 1221 sea el 1227. Ceuta pertenecía entonces al imperio de Marruecos, bien fuera el empera- dor Cid Abu Yacub hijo de Yacub ben Yussuf, fuera el hermano de éste y tío de aquel Abd el Waid cosa difícil de averiguar. A nombre del emperador goberna- ba esta ciudad Arbaldo, que a juzgar por el nombre era un cristiano renegado. Había entonces y esto confirma la conjetura que ya hemos expuesto sobre la existencia de unos árabes en estas tierras, un barrio fuera del recinto murado donde vivían los mahometanos. La mayor parte eran mercaderes y los había de Pisa y Génova, es decir, italianos; los había de Marsella y provenzales, y los ha- bía catalanes. No es posible averiguar dónde estaba ese barrio. En él había una pequeña dedicada al Señor bajo la advocación de Santa María de Marruecos y de ella cuidaba un sacerdote llamado Hugo. Los siete religiosos franciscanos fijaron su residencia, como era natural, en el barrio de los cristianos y quizá fueron huéspedes del mismo Hugo, o por lo menos mercaderes italianos por ser todos paisanos pero nada cierto sabemos sobre estos detalles. De todos modos el hospedaje fue muy corto. Siendo cierto que los tres religiosos que quedaron en Tarragona llegaron a Ceuta el 30 de sep- tiembre, que el 10 de octubre fue el de su gloriosa muerte y que estuvieron en- carcelados ocho días, es evidente que fueron presos el día 2 del mismo mes. Ese sería el día en que principiaron la propaganda cristiana entre los mahometanos. Mientras estuvieron en la cárcel escribieron la siguiente carta que llegó a poder del sacerdote Hugo, y de los dos religiosos cuyos nombres no nos ha transmitido la historia; pero asegura que uno de ellos era dominico y el otro franciscano, llegados en aquellos días a esta Ciudad procedente del interior de Marruecos. “Bendito Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, y que preparó al patriarca Abrahán la víctima del sacrificio que le había de ofrecer. Por mandato del Señor salió de su tierra para otra desconocida. Su obediencia lo justificó, y le valió la gloria de ser amigo de Dios. Así pues el que cree ser sa- bio repútese ignorante, porque la sabiduría de este mundo no es sino necedad y locura ante Dios”. “Sabes que nuestro Señor Jesucristo que por nosotros padeció y dijo: Id y predicad el Evangelio a toda criatura: Id, y no temáis a los que matan el cuerpo: el ministro no es de mejor condición que su Señor; si a mí me han perseguido os perseguirán también a vosotros, ha dirigido vuestros pasos a su mayor gloria y salvación de los fieles, al honor de los cristianos y muerte y condenación de los infieles, como dice el Apóstol; somos buen aroma de Cristo: para unos olor de

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