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55 Historia eclesiástica y civil de la célebre ciudad de Ceuta Dos años después de tan grande y próspero suceso, esto es, en 535, se reunió en Cartago un Concilio nacional al que asistieron doscientos diecisiete obispos católicos de todas las provincias africanas. San Fulgencio había muerto el año anterior. No nos constan los nombres de sus sedes, ni el número de los au- sentes, ni el número de vacantes que forzosamente había de ser considerable. Atendiendo a estos datos, bien puede creerse que cuando terminó el reino de los vándalos y se restableció el reinado de los romano-bizantinos, el número de sedes episcopales católicas era aproximadamente el mismo que antes: cuatro- cientas sesenta y seis. La magnífica y suntuosa iglesia dedicada a la Santísima Virgen, que por or- den del emperador Justiniano se construyó entonces en Ceuta y la importancia que se dio a la toma de esta Plaza por Belisario, prueban que seguía siendo una de las principales ciudades de la Tingitana. Y si la Iglesia africana acostum- braba, desde muy antiguo, a poner obispos aún en poblaciones secundarias, ¿con qué derecho negaremos a Ceuta, de un modo absoluto la sede episcopal? Consta que las había en la Tingitana y que había varias ¿por qué no la habría en Ceuta que era una de sus primeras ciudades? Cuando el Papa Vigilio condenó los Tres Capítulos en los años 553 y 554, se reunió en Cartago un concilio nacional al que asistieron obispos de todas las provincias africanas, una de las cuales era la Tingitana. Se declararon de- fensores de los Tres Capítulos distinguiéndose entre todos Fecundo obispo de Hermias, Víctor de Túnez, Reparatus metropolitano de Cartago y Liberato cuya sede se ignora; se separaron de la comunión de Pelagio I que sucedió a Vigilio en el año 555, y el cisma duró hasta muy cerca del pontificado del papa San Gregorio I. Este santo Pontífice, que gobernó la Iglesia católica desde el año 590 al 604, mandó a la Iglesia africana que eligieran para metropolitanos a obispos distin- guidos por sus virtudes y su ciencia, que residieran en ciudades importantes; que no pusieran obispos en poblaciones secundarias, salvo casos excepcionales y que reclamaran de la autoridad civil la aplicación de las leyes del imperio contra donatistas que han vuelto a recobrar fuerzas y a presentarse audaces a causa de la apatía de las autoridades en la aplicación de dichas leyes II . En julio del año 645 se principiaron en Cartago las famosas conferencias teológicas y públicas entre San Máximo, abad del monasterio de Crysopolis y Pyrro, patriarca de Constantinopla, sobre si en Jesucristo hay una o dos volun- tades. A ellas asistieron un gran número de obispos de las provincias africanas, sacerdotes, religiosos, seculares, empleados civiles y el mismo Gregorio, exarca de África, esto es, gobernador general. Por lo tanto es cierto que a mediados
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