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20 S alvador R os y C alaf A la explosión de llantos y gemidos (no hablo en sentido figurado sino en el real y verdadero) con que fueron acogidos los decretos de mi destitución y expulsión, contestó fríamente el P. Joaquín de Llevaneras:”No basta ser sabio; es necesario ser virtuoso”. Estas palabras, dichas como se dijeron, y en la ocasión en que se dijeron, eran una verdadera calumnia, y revelaban una muy mala intención. Gravadas quedaron en mi corazón; no las he olvidado; no las olvidaré jamás. Se quiso dar color de justicia y apariencias de justo castigo a lo que no era sino una inicua venganza. Si yo hubiera sido un miserable adulador de los Superiores, si yo hubiera comprado la impunidad remitiendo a las Superiores el dinero que se invertía en las necesidades del convento, como hacían algunos Superiores locales, y como lo hacía el mismo P. Joaquín de Llevaneras, no me habría pasado nada; no habría sido liberal, ni me habría faltado virtud para desempeñar todos los cargos. Pero yo no mandaba dinero a la Curia Generalicia, no mandaba dinero al Comisario Joaquín de Llevaneras, no incensaba a los grandes (ni a los pequeños tam- poco), por eso me hicieron todo el daño posible explotando contra mí una acusación cuya falsedad les constaba como se ve por las cartas ya citadas más arriba. La despedida que me hicieron los frailes de Pamplona, excepto, como es natural, los PP. Vicente de Tafalla, Fermín de Centellas, Francisco Javier de Arenys de Mar y Joaquín de Llevaneras, fue en extremo conmovedora. Yo no he visto cosa semejante en tales casos en ningún convento, jamás se me había ocurrido pudieran tenerme tanto afecto. Pero estaba en su conciencia que era víctima de una inicua venganza, y a la vista de los mismos verdugos quisieron honrarme de la mejor manera que pudieron. El mismo afecto y aprecio me tienen los habitantes de Pamplona así eclesiásticos como secu- lares. El Auditor Dn. José Sánchez del Águila que estaba en Ceuta cuando vino Alfonso XIII por vez primera en 1904, casado con una hija del Conde de Guenduláin, y el mismo actual Conde que vino con el Rey me decían: le recuerdan a V. todavía mucho en Pamplona. Lo mismo me decía un eclesiás- tico castrense en 1899, y el año pasado mismo en Barcelona una mujer ya anciana que estaba de criada en una casa de Pamplona cuando yo residía allí. Afinales de marzo de 1885 fray Cayetano está ya en el convento de Sanlúcar de Barrameda, tratando de defenderse mientras se resolvía su secularización, que había pedido por escrito al salir de Pamplona. Dedicado al estudio y la re- dacción de libros, es invitado por el arzobispo de Sevilla, Ceferino González y Díaz Tuñón a incardinarse en la diócesis de Sevilla, pero no acepta las licencias. El 4 de agosto de 1886 recibe el indulto de secularización, marchándose a Barcelona, para buscar editores a algunos de sus textos. Lo consigue con La

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