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148 S alvador R os y C alaf infinidad de cristianos no reciben el sacramento de la confirmación instituido para acrecentar y perfeccionar la gracia bautismal, y fortalecer a los bautizados en la fe, porque no hay quien se lo administre. Esto hace que sean muchos los que dan poca importancia a este sacramento, y no andan descaminados los que ven en esta omisión una de las causas más eficaces de la decadencia de la fe en los pueblos cristianos. A más de estos inconvenientes hay otro muy grave y es que la ambición se desarrolla entre los obispos, y para pasar de una Sede epis- copal más humilde a otra más importante procuran granjearse influencias , sin excluir las seglares y las políticas, para lograr sus deseos. De aquí provienen las luchas, incruentas en verdad, pero luchas que evidencian las miserias humanas y desprestigian al clero en general y al episcopado en particular, y le merman la autoridad moral para reprender los vicios ajenos, e inculcar en el pueblo cris- tiano el espíritu de sacrificio, mortificación y penitencia. Hay otro inconveniente, y es la falta absoluta de unidad de plan y gobierno en los obispados. Cada obispo tiene su espíritu, su manera de ser y de proceder, sus designios, sus propósitos, como es natural. Sucediéndose unos a otros con tanta frecuencia no puede haber nada fijo ni seguro, ni se emprenda nada cuya ejecución requiera tiempo , por la sencilla razón de que no se piensa estar mucho tiempo en la Diócesis, y el corazón está fijo en otra para cuando vaque, y no se sabe lo que pensará el sucesor; esta es la causa de que no se emprenda nada gran- de , que por serlo requiere tiempo, dinero, paciencia y perseverancia. No obstante tan graves inconvenientes el sistema de traslaciones está tan arraigado que cuando vemos a un obispo permanecer muchos años en una Diócesis, sobre todo si es de aquellas que se consideran como de entrada , nos asalta la idea de que estará castigado , o no tendrá influencias que le ayuden para ser trasladado a otra Sede más pingüe por su congrua y emolumentos: no será así, pero se sospecha. Inútil es decir cuán depresivo e injurioso es este juicio para la dignidad epis- copal. La excelencia del episcopado no proviene de la ciudad donde radica la Sede, sino de su divina institución, de los derechos, honores y deberes a ella vinculados por el Sumo Sacerdote Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, y por su Santa Iglesia. El mérito del obispo y su gloria no está en la ciudad episco- pal donde radica su Sede, sino en sus virtudes y en su saber, en sus dotes de gobierno. Cosa funesta es suponer a los obispos agitados por el espíritu de am- bición, avaricia, comodidades y regalos. Desgraciadamente estas suposiciones son harto frecuentes, y obedecen en gran parte al trasiego de obispos cuando se trata de llenar una vacante considerada de ascenso o de término : ocasión ha habi- do en que para proveer a una sola de esas vacantes se han trasladado cuatro o cinco obispos, como si fuera un juego de damas o de ajedrez.

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