BCCCAP00000000000000000000272

113 Historia eclesiástica y civil de la célebre ciudad de Ceuta pequeño pudiera atender simultáneamente a tantos, tan distantes y tan diver- sos lugares. Siempre se verifica esta ley natural: quien mucho abarca, poco aprieta , porque las fuerzas humanas son limitadas. Lo que hizo la nación lusitana para dilatar el reino de Jesucristo, y con sus verdades la civilización verdadera, lo diremos más adelante. Sólo decimos aho- ra, para repetirlo después, que la tenaz resistencia que los moros han opuesto al cristianismo es la verdadera causa de los graves peligros que su nación corre desde hace unos años, y sobre todo actualmente. Si hubiera abierto su cora- zón al cristianismo se habrían regenerado y civilizado, serían una nación fuerte y respetada. No les ha faltado la gracia divina. Han visto muchos cristianos malos, pero también han visto muchos, muchísimos buenos. Han visto varios Santos, y no pocos milagros: S. Ramón Nonato, S. Pedro Armengol, el bien- aventurado Raimundo Lulio, Juan de Prado, otros de quienes ya se ha hablado, y algunos que pueden citarse todavía, prueban que no hablamos sin funda- mento. No, no han querido corresponder al llamamiento de Dios, y esta será la causa de su ruina. Las naciones cristianas invaden ahora Marruecos y todo el África que primero fue cartaginesa y después romana, pero no se proponen, como se proponían nuestros mayores, hacer de los moros cristianos, sacarlos de sus vicios y errores, adoctrinarlos en las enseñanzas divinas y formarlas en las santas costumbres cristinas. No, nada de eso. Su lema, el de los modernos invasores cristianos muy degenerados ya, muchísimos de sólo nombre, es de- jarlos tranquilos en su falsa religión, hacerse dueños de todas sus riquezas y acorralarlos hacia los desiertos del Sahara. No eran estas las miras de Portugal en aquellos tiempos. Deseaba engran- decerse, no hay duda, pero deseaba aún más dilatar el reino de Nuestro Señor Jesucristo a cuya soberanía tantos bienes, honores y glorias están vinculados. No son incompatibles estas aspiraciones. El Dios que da el reino eterno no quita al hombre el reino temporal. Mucho, muchísimo hizo Portugal para realizar ambos designios, pero no pudo vencer los obstáculos que encontró en su ca- mino. Marruecos era todavía entonces un reino poderoso, y no era fácil luchar contra él en su propio territorio, de una manera ventajosa. Pero si el éxito no correspondió a sus esfuerzos no por eso ha desmerecido Portugal. El haber, por justas causas y sanos fines, acometido una gran obra, y puesto de su parte cuanto pudo y debió poner para llevarla a feliz término, es cierta- mente una gloria inmarcesible, que nadie le puede disputar. Recuérdese que conquistó Tánger, Arcila y Mazagán, y que en todas partes plantó la cruz, árbol

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz