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68 ANTONIO BUENO GARCÍA 4.3. Traducción y misión apostólica Desde el punto de vista intelectual, la Orden concilia su dominante contem- plativa con la perspectiva apostólica. Presente hoy en cinco continentes y ochenta y cuatro países, el Carmelo expe- rimentó una rápida expansión. Divididos en dos ramas: la Orden no reformada de los carmelitas «calzados» y la reformada de los carmelitas «descalzos» (OCD), siguieron caminos diversos y en el caso de los segundos a través de tres ramas: la de los frailes (Primera Orden), la de las monjas contemplativas (Segunda Orden), y la de los hermanos terceros o seglares (de la Venerable Orden Tercera de los Car- melitas o del Carmelo Seglar). El espíritu misionero inculcado por sus fundadores (todas las energías de un carmelita descalzo han de estar orientadas hacia la salvación de las almas) y en especial por la madre Teresa, que repetía «mil vidas pusiera yo para remedios de un alma» ponen de manifiesto esta inquietud. Los carmelitas descalzos se ofrecen al Buen Dios siguiendo el ejemplo mismo de Cristo: «por donde tú fueres he de ir yo, por donde tú pasaste, he de pasar yo.», insistía la santa, y no resulta paradó- jico que una de sus primeras decisiones infantiles fuera partir junto a su hermano hacia donde habitan los moros con la esperanza —decía— de morir por la fe. Cuando en 1584 el Carmelo Teresiano se expande más allá de los límites ibé- ricos, se afianza primero en Italia (se abre la primera casa en el convento de santa Ana de Génova), se instalan también en África (Congo) y un año después (1585) en el Virreinato de la Nueva España (hoy más o menos México). A finales del siglo XVI (1597) los carmelitas fundan en Roma en el barrio de Trastevere una casa en la pequeña iglesia de Santa María de la Escala y tres años más tarde, el 13 de noviembre de 1600, el papa Clemente XIII erige los conventos italianos de Génova y Roma, y divide también la Orden de Carmelitas Descalzos en dos con- gregaciones: la Española (o de San José) y la italiana (de San Elías. El primer Pre- pósito General de la Congregación italiana fue un español, Pedro de la Madre de Dios, natural de Daroca (Zaragoza), como la mayoría de los primeros miembros de la Congregación italiana. No fue hasta 1875 cuando ambas congregaciones se unieron formando la única Orden que existe en la actualidad. Aunque el espíritu misionero se encuentra, como decíamos, en el trasfondo del alma carmelitana, el talante misionero de ambas congregaciones era distinto. La italiana lo admite como algo consustancial al carisma, la española no lo ve así. Al parecer, la monarquía no deseaba que la orden reformada en el suelo hispánico se irradiara por Europa y sufriera una contaminación peligrosa; otras razones apun- tan a las relaciones con el controvertido Nicolás Doria del padre Jerónimo Gra- cián y de algunas monjas como la antes citada María de san José (Salazar), Ana de Jesús (Lobera), fieles discípulos los tres de la fundadora. La primera misión en la que se vieron los carmelitas descalzos fue la que les llevó a Persia en 1604 por mandato pontificio. Enviados tanto por el papa (Cle- mente VIII) como por el rey de España (Felipe III), tenían como objetivo no solo difundir la fe cristiana en territorio infiel sino construir puentes con el monarca persa (el gran Abbas) contra el Imperio Otomano. Tras muchos avatares dig- nos de mención, que les hizo viajar por numerosos territorios del este europeo, Rusia y Asia, los misioneros consiguieron llegar a Ispahán (1607). La misión logró

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