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40 KURT SÜSS Sin duda alguna, en sus años como senescal y mayordomo en la corte real de Mallorca-Rosellón, Llull había podido conocer perfectamente esta realidad. Por tanto, la conclusión que sacaba era que los misioneros debían tener un conoci- miento lo más profundo posible del idioma y de la cultura de la comunidad no cristiana —principalmente musulmana o judía— donde iban a ejercer su labor misionera, para no tener que recurrir a los servicios de intérpretes o al menos para enterarse de la fiabilidad de sus traducciones. Además sabía por propia experien- cia que un conocimiento amplio y profundo del árabe no se podía adquirir fácil- mente y en poco tiempo. Lo expresa así en Lo desconhort, cuando comenta con su interlocutor, el ermitaño, la posibilidad o conveniencia de viajar a los países musulmanes para predicar el cristianismo 9 : … a mi no par utilitat l’anar. Encara, que home no sabria parlar lenguatge arabesc; mas per enterpretar no poria per res ab els molt enansar; e si . l lenguatge pren, pora . y trop trigar. Dado que en la conversión de Llull tuvo mucha influencia Raimundo de Peña- fort 10 , que a su vez había fundado colegios con la finalidad de estudiar lenguas de los «infieles», es muy posible que la idea de tales colegios tenga su origen en esta relación con Raimundo de Peñafort, con la diferencia de que para Llull, los estu- dios lingüísticos constituyen uno de los tres objetivos principales de su actividad misionera, objetivo que persigue con enorme perseverancia hasta casi el final de su larga vida. Así, aunque Llull no era el único que conociera la poca fiabilidad de los resultados de la traducción e interpretación, es uno de los pocos que idearon unas pautas sobre la formación de traductores e intérpretes, aunque limitada al ámbito especializado de la misión entre los «infieles». 2.5. El colegio de arabistas en Mallorca: un hito en la historia de la traducción Poco después de que terminara su década de retiro y estudio, a principios de los años setenta del siglo XIII, Llull pudo ver por primera vez cumplido su deseo de fundar un colegio de arabistas. El rey de Mallorca 11 , que entonces residía en Montpellier, sometió los libros de Llull al veredicto de un teólogo franciscano, que aprobó plenamente su contenido. Con este informe favorable, el monarca autoriza la fundación del monasterio de la Santa Trinidad de Miramar, situado entre Vall- demossa y Deià, dotándolo de terreno y medios para su construcción y manteni- miento. La fundación también fue autorizada por el papa Juan XXI por medio de 9 Batllori, 1948, p. 1114. Versión castellana (p. 1115): „Y por eso me parece que no fuera muy útil ir allá. Además, no sería fácil encontrar hombres que supiesen el idioma arábigo, y poco se alcanzaría si tuviesen que valerse de intérpretes. Si algunos hubiera que quisiesen aprender aquella lengua, tardarían mucho en saberla.“ 10 Véase Platzeck I, p. 15. También es significativo que Llull durante toda su vida mantiene buenas relaciones con los dominicos, aunque él pertenece a la orden de los franciscanos. 11 No hay unanimidad entre los biógrafos de Llull: se suele hablar en este caso del rey Jaime II, pero otros como Widmann opi- nan que se trataba de su padre Jaime I.

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