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39 2. Ramon Llull y los colegios de arabistas La parte central y principal de sus obras la constituyen sin duda los libros sis- temáticos y metodológicos cuyos títulos suele encabezar el término Art (Arte); en este apartado encontramos dos obras fundacionales y fundamentales de su sis- tema filosófico-teológico como Art abreujada d’atrobar veritat ( Arte abreviado de encontrar la verdad ) y Art demostrativa ( Arte demostrativo ). Su autor estaba con- vencido de que con sus libros y las ideas expuestas en ellos se llegaría necesaria- mente, o en todo caso con más facilidad, al conocimiento y por consiguiente al reconocimiento de la verdad religiosa. Pero lo que le distingue de otros autores cristianos de su tiempo es el hecho de que es un profundo conocedor del pen- samiento de filósofos, teólogos y místicos del islam. No deja de ser significativo que uno de sus primeros libros sea una traducción o adaptación de un libro del filósofo y místico musulmán Al Gazali: Compendium logicae Algazelis/Lógica del Gatzell . Aparte de las obras filosófico-teológicas, la bibliografía de Llull la com- ponen más de 250 títulos catalogados, escritos sobre temas pedagógicos, enciclo- pédicos, narrativos, además de poemas y cartas, aunque en el cómputo total pre- dominan las obras teóricas 6 . Es conveniente echar una ojeada a las prácticas de traducción e interpretación en los diferentes pueblos o comunidades lingüísticas en la Baja Edad Media —la época de Ramón Llull— para comprender mejor hasta qué punto sus propues- tas responden a situaciones y necesidades concretas. ¿Cómo funcionaba en esta época la comunicación entre gobernantes, comerciantes y misioneros con sus res- pectivos interlocutores de otras culturas y lenguas? Por lo general, ambas partes carecían de conocimientos del idioma meta, o, en el mejor de los casos, sus cono- cimientos eran bastante rudimentarios, lo que les obligaba habitualmente a ser- virse de «intérpretes», es decir de personas que pasaban por serlo, lo que signi- ficaba que eran más o menos bilingües, pero cuyo verdadero grado de dominio de uno u otro de los idiomas en cuestión variaba considerablemente de un caso a otro, y muchas veces sus «clientes» lo desconocían por completo. En consecuen- cia, los mensajes y conversaciones con frecuencia se transmitían tergiversados, y cuando los mismos interlocutores no disponían de un conocimiento mínimo, aunque fuese rudimentario, del idioma meta, eran inevitables los malentendidos 7 . Esta situación tan precaria dificultaba enormemente los contactos diplomáticos, jurídicos, religiosos y comerciales, o sea, los campos en los que se suele expre- sar en lenguaje específico y con terminología especializada. Como los llamados intérpretes o trujimanes dominaban en muchos casos sólo el registro coloquial del lenguaje, es fácil imaginarse hasta qué punto eran capaces —mejor dicho incapa- ces— de entender y transmitir cuestiones altamente especializadas —por ejem- plo jurídicas— o teóricas, en el caso de los debates filosófico-teológicos 8 . A tales deficiencias lingüísticas se unía con frecuencia una ignorancia cultural, de usos y costumbres, de gestos y comportamientos, elementos tan importantes en la comu- nicación intercultural como los conocimientos de los idiomas de partida y meta. 6 Platzeck, 1962 (I) cuenta entre 256 obras catalogadas 195 con temas filosófico-teológicos y sólo 61 con otros temas o de otro género. 7 Es una situación a la que hace referenciaThomas Haye en su artículo West-östliche Kommunikation (en: Peter von Moos, 2008 , p. 486 ss.) y la nombran diversos historiadores. 8 Así, por ejemplo, el misionero franciscanoWilhelm von Rubruk, contemporáneo de Llull, que se encontraba entre 1253 y 1255 en Mongolia, describe en su informe que el intérprete que le acompañaba en el viaje, se negó a traducir sus sermones porque desconocía el vocabulario adecuado. (Cit. en: Jankrift, Kay Peter: Rechtsgeschäfte, Handelsalltag und die übersetzte Stimme des Herrn , en: Moos, 2008, p. 477)¸ de forma parecida se expresa, por ejemplo, el franciscano Roger Bacon en su Opus maius (1266- 1268); cf. John Tolan, 2008, p. 533.

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