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20 MIGUEL ÁNGEL VEGA CERNUDA comunidad de Rivotorto 10 , en la Porciúncula o en el célebre y fundacional Capí- tulo de las Esteras de la primitiva comunidad franciscana. El mensaje y la pro- puesta de Mateo di Bascio consiguieron una rápida difusión, siendo pronto con- firmados como movimiento propio dentro de la orden franciscana por Clemente VII, que los sancionaba en 1528 con la bula Religiosus zelus. «Martirio», es decir testimonio, y diaconía (Constanzo Cargnoni, 2012) fueron puntos básicos del carisma de la orden. Sin embargo, el hecho de que uno de los primeros seguidores de Mateo, Ber- nardino de Occhino 11 , acabara abrazando la reforma protestante en 1544, hizo caer a la incipiente reforma bajo sospecha, lo que condenó a la Orden a un tem- poral ostracismo, ostracismo que en el caso de España se prolongó hasta finales de siglo XVI. En efecto, Felipe II, que ya albergaba en sus territorios peninsulares varias ramas de franciscanos reformados (recoletos y alcantarinos, por ejemplo), no estuvo por la labor de aceptar la reforma que venía de Italia. Por otra parte, las presiones que sufrió el papado para poner en entredicho la nueva Orden no fue- ron superadas hasta 1574, bajo el pontificado de Gregorio XIII. De todo ello resultó que, hasta finales del siglo XVI, los capuchinos no tuvieron posibilidad de «fun- dar» y extenderse libremente por toda Europa, posibilidad que fue sancionada más tarde por un breve pontificio en 1619. En España, los capuchinos se estable- cerían a partir de 1576, iniciando su penetración por Barcelona. En 1596, por obra y gracia del virrey y patriarca valenciano san Juan de Ribera, se asentaron en el reino de Valencia y poco más tarde, en 1609, en Castilla, donde sufrieron la oposi- ción de los descalzos o alcantarinos 12 a pesar de o precisamente por la semejanza de sus propuestas con las de los capuchinos. En Francia, la Orden, establecida a finales del XVI, tendría durante el siglo XVII un enorme predicamento como lo demuestran, por ejemplo, personalidades como las del P. Joseph de Tremblay, la célebre «eminencia gris» del cardenal Richelieu, o el P. Yves de París, compro- metido antijansenista y humanista post litteram . La Orden, que, tanto en el entorno social de la cristiandad italiana como den- tro de los franciscanos, se encontró con un deseo de austeridad y reforma, se pro- pagó tan rápidamente que ocho años después de su fundación eran cuarenta los conventos que habían abrazado la reforma capuchina en la Península italiana. En Francia, a finales del XVII eran más de tres mil los capuchinos. Predicación y aus- teridad fueron norma de la nueva reforma. El ejemplo de su sencillez de vida, manifestada ya en la escasez ornamental de sus edificios 13 , junto con las «misio- nes populares», de inspiración y finalidad contrarreformistas, convirtieron a sus miembros en un motivo social presente en las calles de los barrios populares y 10 El denominado «tugurio de Rivotorto» fue el lugar donde se constituyó el primer núcleo conventual franciscano propia- mente dicho (de ahí el nombre de protoconvento). De él partieron en 1211 Francisco y sus compañeros a Roma para solicitar la aprobación de la regla y en él tuvo lugar el primer capítulo general de los hermanos menores. 11 Este fraile, que llegó a general de la Orden, fue víctima de su propio éxito: en su predicación habría traspasado los límites de la ortodoxia lo que le provocó la persecución por parte del Santo Oficio, que le obligó a un estado de fuga y refugio que buscó a lo largo y ancho de Europa: Basilea, París, etc. 12 Los franciscanos descalzos, movimiento iniciado por Juan de la Puebla y asentado definitivamente en España gracias a san Pedro de Alcántara, pretendieron la estricta observancia «sin glosa» de la regla franciscana, la misma que en Italia realizaron los capuchinos. 13 La iglesia capuchina, por ejemplo, lejos del contemporáneo estilo jesuita que iniciaba la Chiesa del Gesù en Roma, es de fachada plana, normalmente enfoscada y realizada con unos materiales pobres. De este tipo, por ejemplo, son o eran las valen- cianas de Massamagrell (de la Magdalena) o La Ollería (de san Abdón y Senén), las andaluzas de Córdoba (El Cristo de los faroles) y Sevilla (Divina Pastora), la antigua «Capuchina» de Bogotá; fuera del ámbito hispano, las de Viena, Praga o, incluso, la macabra de Roma, en via Veneto, son muestra de esta concepción ideológica de la arquitectura.

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