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174 DAVID PÉREZ BLÁZQUEZ actualidad, la variedad arasairi se encuentra en peligro 8 , algo de lo que ya alertaba el misionero dominico hace casi un siglo (cf. Aza 2009, p. 460). Los estudios de carácter etnográfico que dio a la imprenta fueron: «Origen de las tribus salvajes del Amazonas» (1923), «La tribu machiguenga» (1924), «Folklore de los salvajes machiguengas» (1927) y «La tribu huaraya» (1930). En este último artículo, Aza ubica a este grupo étnico en el dédalo de la Amazonía peruana, siguiendo el curso del río Madre de Dios a lo largo de más de 700 km; analiza la etimología del gentilicio «huarayo» o «guarayo», mostrando que se trata en cualquier caso de un exónimo, de probable origen quechua, para pasar a hablar de su procedencia, que, por un lado, desvincula de los guaraníes paragua- yos y de los guarayos bolivianos a partir del análisis comparativo de sus respecti- vas lenguas, y por otro lado, relaciona mediante comparación lingüística con otras tribus del bajoMadre de Dios, como la araona, la pakahuara, la takana y la kabiña. Describe, asimismo, su forma de vida, costumbres, indumentaria, leyendas y tra- diciones, ateísmo y creencias, tentativas para su evangelización y algunas cuestio- nes sobre determinados errores en torno a la lengua de los salvajes. Como puede observarse, la imbricación de los temas históricos, geográficos, etnográficos y lingüísticos, con los que ofrece una visión relacional e integradora de los mundos indígenas, es una constante en sus escritos. En este sentido, es abso- lutamente ineludible mencionar el alto valor etnológico de los comentarios que incluye en sus trabajos lexicográficos, que en el caso del Vocabulario español-hua- rayo son cuantiosos. Por su parte, la información sobre la etnia arasairi, más modesta que en el caso de la huaraya o la machiguenga, la hallamos principalmente en «La tribu ara- sairi y su idioma» (1933) y en las notas etnológicas con que enriquece los artícu- los del Vocabulario español-arasairi (1935). Además de describir su posición geo- gráfica y comentar su densidad poblacional y las causas de su disminución y ani- quilamiento (correrías y luchas con otras tribus salvajes), recoge de Deofante, un joven informante arasairi del río Inambari, una «hermosa leyenda que se conser- vaba entre los de su tribu» (Aza 2009, p. 461), una cosmogonía que fundía la tra- dición del diluvio y la de un devastador cataclismo 9 . Con todo, pese a fundirse en ocasiones con las investigaciones lingüísticas, geográficas o históricas, las aportaciones de Aza al campo de la etnografía no son nada desdeñables. El nobel peruano Mario Vargas Llosa, en El hablador, dice de este misionero que fue «el primero en estudiar su idioma» y que leyendo sus tra- bajos encontró abundantes artículos «sumamente valiosos». También habla de la hipótesis de Aza según la cual las tribus de la Amazonía «eran los últimos vestigios de una civilización panamazónica […] que, desde su choque con los Incas, había venido sufriendo derrota tras derrota y paulatinamente extinguiéndose» (Vargas Llosa 1987, pp. 82-83; cf. Fernández, 1952, p. 375). En efecto, con su «Origen de las tribus salvajes del Amazonas (1923)», Aza fue uno de los primeros autores en 8 Según datos del Ministerio de Educación del Perú, Documento nacional de lenguas originarias del Perú, Lima: Ministerio de Educación, 2013, p. 306. 9 Se trata del mito de Mameya o Huanamey, propio de la etnia harákmbut, a la cual pertenece el grupo arasairi. La leyenda habla de un tremendo cataclismo en la Amazonía, un «fenómeno geológico de extraordinaria magnitud» en el que perecieron casi todos los habitantes. Este relato mítico le sirve a Aza para sustentar su hipótesis de que los habitantes de las selvas no provienen de las emigraciones andinas, sino que son autóctonos del Amazonas, restos dispersos de un antiguo imperio amazónico que debió desaparecer de forma violenta y trágica por una catástrofe.
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