BCCCAP00000000000000000000271
168 DAVID PÉREZ BLÁZQUEZ 12.1. Introducción En la documentación sobre temas amerindios, a menudo la autoría del cientí- fico misionero se difumina y se hace anónima—cuando no se ve anatematizada— por su mera condición de religioso. El caso de fray José Pío Aza escapa por poco de no ser una excepción. Pese a ser mencionado por autoridades de las letras his- pánicas como Ramiro de Maeztu (1947, p. 157) o Vargas Llosa (1987, pp. 82-83), así como por historiadores, etnólogos y lingüistas de todas las latitudes, su figura parece no haber permeado todavía entre quienes se ocupan de la comunicación intercultural. Frente a su escasa proyección en este ámbito, en el que los escritos pioazianos pueden ayudar a «acercarnos con mayor respeto y conocimiento a nuestras sociedades amazónicas» (Alonso y García, 2009, p. 24), el presente tra- bajo repasa y pone en valor la labor científica y humanística de un misionero que dedicó más de tres décadas a mejorar tanto el conocimiento sobre la Amazonía peruana, como las condiciones de vida de sus habitantes nativos, a quienes otorgó entidad, dignidad y voz frente al mundo «desarrollado». Para mostrar el valor de su contribución al conocimiento científico, al progreso social y al desarrollo humano de la América amazónica, se ha revisado su produc- ción bibliográfica, comentando sus aportaciones y su impacto en posteriores tra- bajos. En concreto, el presente estudio se ha centrado especialmente en las publi- caciones científicas referidas a la etnografía y a la lengua de los pueblos indígenas huarayo y arasairi, que junto con el machiguenga (tratado en el siguiente volumen de esta colección por Miguel Á. Vega Cernuda 1 ), constituyen el principal objeto de sus investigaciones. 12.2. Breve nota biográfica (1865-1938) Nacido en Pola de Lena (Asturias) en 1865, José Pío Aza Martínez de Vega cursó estudios en el Seminario de Astorga (León), realizó el primer curso de la carrera eclesiástica en el Seminario de Oviedo y, al terminar, en 1883, decidió hacerse dominico, movido en parte por la gran admiración que en él despertaba san Vicente Ferrer. Con dieciocho años de edad ingresó en el convento de Padrón (Galicia), donde hizo el noviciado y tomó el hábito dominicano en 1884. Los estu- dios de Filosofía y Teología los atendió en el convento de Corias y los concluyó en el convento de Las Caldas de Besaya (Santander) en 1890. Ese mismo año se ordenó sacerdote y fue destinado al convento de San Pablo de Valladolid, en el que funcionaba la Academia de Santo Tomás, «en una línea más de Ateneo que de centro específico de estudio» ( Semblanzas, 1985, p. 187). Durante los quince años siguientes estuvo vinculado a esta academia vallisoletana, de la que fue pro- fesor y presidente. En 1906 se consagró para siempre a la obra misional. El 20 de octubre de aquel año, a punto de cumplir los cuarenta y uno, embarcó con otros cinco religiosos dominicos en dirección a la Provincia del Rosario de Filipinas. El 24 de noviembre, 1 Véase también al respecto, en el apartado de referencias bibliográficas, el capítulo «José Pío Aza traduce (e interpreta) la cultura amazónica a la globalidad» que Miguel Ángel Vega Cernuda ha publicado en 2016 en la Universidad Santo Tomás, de Bogotá, con motivo de la celebración de los 800 años de la fundación de la Orden de Predicadores.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz