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121 8. A la evangelización por la música en las Reducciones de Chiquitos: I. El P. Martin Schmid Pero si es importante la figura del misionero suizo como arquitecto, no lo es menos su labor como pedagogo musical y lutier. En el centro de su evangelización está la música, así lo corrobora el propio Schmid en una carta que el 10 de octubre de 1744 envía a Suiza al P. J. Schumacher, un jesuita amigo suyo al que le cuenta cuál es su estado de ánimo y cómo se encuentra físicamente, además de elogiar la música como parte de su labor evangelizadora: Pero Vuestra Reverencia dirá quizás: […] «¿Qué hace el largo Schmid, este joven tan alto de cuerpo?, ¿cuál es su vida en el otro continente?, ¿vive toda- vía?» Le contesto en pocas palabras: Vivo y gozo de una salud buena y esta- ble; llevo una vida alegre y hasta alborozada, pues canto, —a veces a la tiro- lesa— toco los instrumentos que me gustan y bailo también en rueda, por ejemplo la danza de espadas. ¿Pero qué dicen sus superiores de esta vida? preguntará Vuestra Reverencia. Yo le respondo: Si soy misionero es porque canto, bailo y toco música. Sé que la promulgación del Evangelio es una obra apostólica y la Sagrada Escritura dice: «Las palabras de los que predican el Evangelio repercutirán hasta los confines del mundo ( in fines orbis terrae )». Vuestra Reverencia conoce también el siguiente pasaje de la Sagrada Escritura que se encuentra en el mismo lugar: « In omnem terram exiit sonus eorum », que confirma lo que digo, pues me tomo la libertad de traducir sonus con canto. Y yo canto, toco el órgano, la cítara, la flauta, la trompeta, el salterio y la lira, tanto en modo mayor como en menor. Todas estas artes musica- les que antes desconocía en parte, ahora las practico y las enseño a los hijos de los indígenas. Pero se preguntará Vuestra Reverencia: ¿Quién construye los órganos, las cítaras, liras y trompetas? Nadie sino el alto Schmid. ¡Hom- bre pobre, todo es trazas! Aquí sabemos más que en casa y podemos hacer más. ¿Quién construiría casas, iglesias y pueblos enteros?, ¿quién fabricaría las herramientas necesarias si el misionero no se hiciera cargo de estos tra- bajos? Se confirma el proverbio: la práctica hace maestros. Todos nuestros pueblos resuenan ya con mis órganos. He hecho un montón de instrumen- tos musicales de toda clase y he enseñado a los indios a tocarlos. No trans- curre ningún día sin que cante en nuestras iglesias. Hemos conseguido que gente que hasta hace poco aún vivía en la selva virgen junto con animales salvajes y bramaba a porfía con tigres y leones, sepa bastante bien alabar a su creador con cítaras y órganos, con bombos y bailes en rueda. Acabo de decir que no solo canto y toco mis instrumentos sino que también bailo. Para que Vuestra Reverencia no censure demasiado severamente el baile del misionero, le ruego se recuerde de otro pasaje de la Sagrada Escritura: «¡Cuán hermoso son los pies de los evangelistas»! No sé si Vuestra Reve- rencia sabe que los españoles festejan sus más altas fiestas religiosas no solo con canciones, sino también con danzas, dando así mayor solemnidad al ser- vicio divino, imitando el ejemplo de David. Los hijos de los indígenas apren- den con facilidad el arte de bailar. Vuestra Reverencia podría aquí observar cómo chicos que fueron arrebatados hace solo un año a la jungla junto con sus padres salvajes, cantan hoy bien y absolutamente firmes en el compás, tocan cítara, lira y órgano, y bailan con movimientos precisos y tan rítmica- mente que pueden competir con los europeos mismos. […] (Hoffmann, 1981, pp. 141 y 142).
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