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119 8. A la evangelización por la música en las Reducciones de Chiquitos: I. El P. Martin Schmid como relojero construyó relojes de arena y solares y reparó los relojes mecá- nicos; enseñó a cocer ladrillos y tejas a los chiquitanos y dominaba el arte de fundir estaño y bronce; como arquitecto levantó tres iglesias extraordi- narias y asesoró en la construcción de otras; equipó las iglesias con escultu- ras de cerámica, murales y con retablos, púlpitos y confesionarios tallados. […] por todas estas ocupaciones no es de extrañar que solamente cada 15 años llegara a escribir una carta a sus familiares (Kühne, 1996, p. 24). Martin Schmid nació en la localidad suiza de Baar el 26 de septiembre de 1694. A los 16 años aparece inscrito en el colegio jesuita de Lucerna y a los 23 años es ya novicio de la Compañía de Jesús en Landsberg (Baviera). Once años después, al cumplir los 32 años, es ordenado en la ciudad católica de Eichstätt en Baviera y justo un mes después parte como misionero al NuevoMundo. Inicia el viaje hacia Sevilla en compañía de otros compañeros con la intención de embarcar allí hacia su destino, pero debido a la «Guerra de Gibraltar» que enfrenta a España contra Inglaterra, los misioneros se ven obligados a permanecer dos años en Sevilla, lo que permite a Schmid consolidar su español. El 22 de diciembre de 1728 comienza por fin la travesía por el Atlántico, de Cádiz a Tenerife y desde las Canarias a Bue- nos Aires, donde después de tres largos meses llegan al estuario del Río de la Plata. Como su destino eran las Reducciones chiquitanas, concretamente la Misión de San Javier, Schmid tendrá que iniciar un largo viaje por tierra, lo que va a supo- ner todo un año de trayecto en carretas y en mulas, realizando diversas escalas en ciudades como Córdoba -donde permanece dos meses-, Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán, Salta, Salvador de Jujuy y Potosí, ciudad en la que se hizo construir un órgano de seis registros con la intención de enseñar música a los chi- quitanos. Con semejante instrumento acarreado por mulas prosigue viaje a Santa Cruz de la Sierra, y de ahí recorre 200 kilómetros hasta que por fin llega a su des- tino, San Javier de Chiquitos, el mes de agosto de 1730. Schmid tendrá que enfrentarse a varios retos: el primero la lengua chiquitana que es totalmente desconocida para él. El Concilio de Lima había establecido que el catecismo y las oraciones debían enseñarse a los nativos en sus correspondien- tes lenguas. En Chiquitos los jesuitas se encontraron con varias familias lingüís- ticas en un espacio geográfico pequeño, aunque el chiquitano (o besiro) se con- virtió desde un principio en la lengua común. Al igual que anteriormente había sucedido en Nueva España con los hijos de los aztecas y los franciscanos, los niños chiquitanos aprendieron la lengua general y enseñaron a los misioneros jesuitas la lengua y la cultura de su tribu, fueron profesores y alumnos a la vez, ya que llega- ron a ser profesores de sus padres y de sus parientes. A este grupo de niños, gene- ralmente hijos de los caciques, se les enseñó música, y a leer y escribir. Así nos lo cuenta en su Relato sobre el país y la nación de los Chiquitos el P. Julian Knogler: «aprenden a escribir, leer y hacer música en las escuelas que hemos establecido en todas las reducciones. Leen en tres idiomas, es decir: en su lengua, en latín y en español, siempre en caracteres romanos». Martin Schmid pone gran interés en aprender la lengua chiquitana. En 1744 se congratula de lo mucho que eran apreciadas sus prédicas. Uno de sus biógra- fos, José M. Peramás (1732-1793) describe los esfuerzos de Schmid para enseñar- les la lengua a los misioneros que llegaban nuevos a las Reducciones, siendo uno
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